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Doña Elvia y sus 24 horas de llanto…, llanto de felicidad

 
Bogotá, septiembre 8 de 2017. Doña Elvia no pudo parar de llorar desde que supo que iba a ver al papa. Lloró mientras se alistaba, en su casa del barrio San Cristóbal Norte, en Usaquén, y lloró cuando se subía al bus. Lloró cuando empezó el aguacero en el parque Simón Bolívar, a tal punto que sus lágrimas se confundieron con las gotas del chubasco. Lloró mientras recibía el almuerzo y lloró cuando llenó la botella de agua que bendeciría el papa Francisco a su paso. Cualquiera diría que sufre, pero ella, llora de felicidad.

Cuando se le preguntó el motivo de sus lágrimas quiso esconder la razón. Sin embargo, entre inquietud e inquietud, fue revelando su secreto, llorar la llena de esperanza.

“Yo no estoy llorando. Es que tengo gripa y me lloran los ojos”, aseguró cuando se le indagó por el hilillo transparente que corría por sus mejillas. Lloró mientras respondía.

Y es que doña Elvia López Mojica, de 80 años, es de esas personas que vive la espiritualidad con fervor. Boyacense de pura cepa, solo tiene buenos deseos para sus prójimos, especialmente para sus cinco hijos.
 

“Vengo de Soatá (Boyacá). Llegué a Bogotá hace como 50 años y toda la vida he sido religiosa. Me levanté como a las 6 de la mañana para alistarme a ver al papa y me fui para Servitá (subdirección local de Usaquén), y desde que me subí estoy rezando por todos, porque todos estemos bien y tengamos salud”, dijo, entre sollozos, doña Elvia. Con sus dedos intenta disimular su felicidad.

Doña Elvia fue una de las 11 mil personas mayores que asistió a la Plaza de Eventos del Simón Bolívar a ver la misa del papa Francisco. Aguantó, ante todo pronóstico, el salvaje clima y la lluvia que quiso espantar a los asistentes. No se inmutó ni ante la caída de agua ni ante el frío. Con lágrimas, aunque suene repetitivo, esperaba al papa.

“Le voy a pedir al papa que me ayude. Que me de salud y muchos años más de vida. Le voy a pedir por todos, que estén bien que no sufran. Le pediré por mis cinco hijos y para que me dé una vida, o lo que queda de ella, tranquila”. Llora de nuevo, lo hace tranquila y ya no intenta disimular, sus lágrimas se camuflan entre sus arrugas, las mismas que le dejaron años de experiencia … y de llanto.

Cuando el ébano del cielo, acompañado de una luna amarilla y gigante, caía sobre el lugar, doña Elvia se levantó. Se dirigió, con parsimonia, hacia el bus que la llevaría de nuevo a su casa. Iba llorando, como lo hizo desde el día anterior a la misa del Sumo Pontífice. Pero sus lágrimas son de felicidad.
 

 
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