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“No me quiero morir en la calle”: el general ‘San Dúa’, la historia de un abuelo con traje militar, quien lucha por la paz

 

 
Bogotá, septiembre 26 de 2018. “Alcé las manos hacia arriba y le dije: ‘Señor, hazme un instrumento de divina paz, como hiciste con San Francisco Asís” y yo quedé muy contento con la foto y yo seguí hablando por la paz”.

Ese día, hace más de 10 años, fue que Aníbal Muñoz Valencia, de 91 años y más conocido como el general ‘San Dúa’, decidió ponerse el mote, por el cual hoy lo identifican todos los bogotanos. Le pidieron una fotografía y él quería salir como un libertador.

“Es que hace como 10 años, cuando había desfiles, yo siempre soñaba a dedicarme a luchar por la paz y los hombres y resulta que una vez, venía una periodista a tomarme una foto, y yo dije: ‘eh, este es el momento para pedirle una foto como yo quiero, que me tome una foto con los brazos mirando al cielo. Por eso me puse general ‘San Dúa’, a ver si sacrificándome en la vida, ante la sociedad podía hacer algo. Yo soy el general de la paz, y pienso luchar por la paz, los abuelos y los pobres”, repite el General, con su boca surcada de arrugas y pequeñas manchas rosadas, producto de eternas tardes ante la intemperie y el rayo penetrante del sol bogotano.
 
 
Nació en Caldas, en un corregimiento. Llegó a la capital en el año 80 y con la esperanza de un mejor futuro. Mesero de oficio, vivió de su trabajo durante toda su juventud y parte de su vejez. Es el mayor de 7 hermanos, a quienes ahora busca con desespero –sabe que están en Medellín, pero no cree que estén vivos-.

“Nací en un corregimiento de Pácora, (Caldas), que se llama San Bartolomé. Me crie entre el pueblo y el municipio. Sin embargo, como mi papá no tenía para la educación de tantos hermanos, nos fuimos para Montería y a mí no me gustó. Mi papá estaba buscando una hija y yo apenas pude me fui para Medellín”, asegura ‘San Dúa’.

De acuerdo con él, hace 3 años lo llamaron para cobrar una pequeña herencia. Como no tenía necesidades en esa época y era diciembre no quiso viajar. Tiempo después, mandó a averiguar por el dinero y sus hermanos. De ambos no supo nada.

“Éramos 7 hermanos, 6 hombres y una niña. Cuando me llamaron por la herencia no fui y luego le dije al padre Gabriel que me ayudara. Él averiguó en Medellín por la dirección de los hermanos y no se pudo encontrar a nadie, como si todos estuvieran muertos, no apareció ninguno”, afirma el General, quien tiene claro que si el menor estuviera vivo tendría 82 años.

Fue enamorado y de aventuras. Tanto que ellas le dejaron tres hijos. Sin embargo, solo los conoció cuando estaban pequeños, pero ellos no a él, porque una de las mujeres que tuvo se murió y la otra se fue con otra pareja.

“Eso fue en Buga y Medellín. Es que yo viajaba mucho porque como mesero trabajé en hoteles como el Intercontinental y La Fortaleza. Iba a las Fiestas de la Caña, en Cali y a las de Manizales. Era muy conocido y estimado, siempre trabajaba en buenos grilles y eso. Al reinado que fui, fue el de Luz Marina Zuluaga (año 1958), pero no volví porque los tiquetes de regreso, hotel bien caro, tanto que se aprovechaban y uno compraba cualquier bobada para llevar a la casa pero no se llenaba con eso”, dice ‘San Dúa’.

Vivir en las calles sin drogas

Tiene voluntad de hierro. A pesar de estar en las calles –ama toda marcha, protesta, feria o cualquier evento que requiera de presencia masiva de gente y donde pueda mostrar su atuendo y gritar arengas en favor de los más necesitados-, nunca probó las drogas ni el alcohol.

Asegura que para vivir mucho tiempo, solo es necesario ser feliz y alejarse de los vicios.

“Por ahí fumé unos años, pero como el que no escucha consejos no llega a viejo, un día me dijeron que botara ese veneno y lo hice. Desde ahí nunca más volví a coger un tabaco”, evoca este hombre, quien a sus 91 años tiene una memoria portentosa. Recuerda, con año exacto y precisión, cada acontecimiento ocurrido, con el más mínimo detalle, y lo puede montar en una línea temporal. El General tiene una mente prodigiosa.

Se acuerda por ejemplo, de cada foto en la que ha posado para miles de estudiantes y ciudadanos, quienes lo ven como un ícono bogotano. Lo han visitado, en el Parque Santander, que convirtió en su fortín, de casi todas las universidades para hacerle vídeos y porque saben que lucha por la paz. Así fue como encontró su destino.

“Entonces cuando empecé a hacer propaganda en un desfile con un vestido azul y rojo me llamaban Rojas Pinilla, y capitán, y ahí decidí ponerme general ‘San Dúa’ buscando la entrevista que me hicieran alguna pregunta, como: ¿usted es general? Para responder, sí señor, legítimo general, pero no del gobierno de Colombia que es el más cochino de Suramérica con leyes inhumanas, me creo un general de las leyes de Cristo, su hijo”, le respondió a un estudiante, en una presentación del Festival de Teatro, que en esa época organizaba Fanny Mickey.

Aunque afirma que él nunca fue habitante de calle, sino que vivía en el asfalto por gusto propio y reconocimiento, decidió dejar de aguantar frío sobre la banca de la Avenida Jiménez, con carrera Séptima, porque no se quiere morir allí. Se siente enfermo, sabe que los años de buena salud se alejaron.

“En el parque duré como mes y medio larguito, que fue cuando me enfermé y ahí me llevaron al Hospital Santa Clara. Yo no dormía en la calle porque me quedaba en albergues y ‘pagadiarios’, pero me aburrí porque en todos me robaban, tal vez con la ilusión de que yo era muy conocido, tenía muchas cosas, y me robaban y además eran anti higiénicos. Me siento ya aburrido y cansado de la vida. Toda la gente que me pregunta, le digo que yo quiero al 70 por ciento la muerte y 30 por ciento la vida. Tengo muchas enfermedades que me atormentan, me duele un ojo, me duele un pie. No me quiero morir en la calle”, sentencia mientras aprieta los anillos de metal grande, que tiene en su mano izquierda. No se le asoma ni una lágrima. El dolor, por lo menos del alma, ya no le hace mella.

En Bogotá lo quieren como a nadie. Tanto que el 15 de agosto, cuando cumplió años, le hicieron una fiesta de celebración en la que estuvo hasta la estatua de Bolívar. Cantó el ‘Happy Birthay’, comió torta y sonrió todo el tiempo con los ‘Ángeles Azules’. Fueron ellos quienes lo convencieron de que pasara la noche bajo un techo, donde lo consintieran.

“A los ‘Ángeles Azules’ yo los quiero mucho. Ellos se han portado muy bien conmigo y llevaban varios años invitándome a los albergues. Siempre les decía que no, porque a mí no me gustan esos lugares, pero al final acepté. Aquí en el Centro (El Bosque), me tratan muy bien y me dan muchas cosas buenas”, finaliza el general ‘San Dúa’, quien decidió dejar las calles el sábado en la tarde.

Vive en una dualidad constante. Sabe que su salud no es la mejor, pero extraña ser un personaje del centro de la ciudad. La calle es tan suya, como el general de la calle.

 
 
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