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Indígenas del Distrito piden perdón a ‘Pachamama’ por daños ocasionados por los bogotanos

Cada bocanada de humo es una solicitud. Una petición interna, espiritual, casi divina. En instantes el pedido tiene respuesta, una tenue neblina cubre la Laguna Los Tunjos, en Sumapaz, y según Gratiniano Capera, sabedor de la etnia Ambika Pijao, ese cambio en el clima obedece a que la Pachamama ha escuchado su clamor: le ha dado permiso para iniciar el ritual de Pagamento en su territorio, la laguna sagrada.

“Los Taitas mayores, los sabedores, cada uno fuma según la capacidad de su mente. Éramos los primeros que llegamos. Uno está quieto, descalzo y salimos y hubo cambio. Sentimos poca lluvia, aire y la atmósfera, la cosmovisión estaba quieta y ahora se agitó. Es la alegría de que estemos aquí, a la vez que es lo que estamos mirando, porque nosotros la abandonamos”, asegura entre dientes y sin soltar su tabaco, don Gratiniano uno de los 10 taitas que ha hecho presencia en ese imponente lugar para agradecer y a su vez ofrendar a la madre tierra a más de 3.840 metros sobre el nivel del mar.

Cerca de 100 niños llegaron con él hasta el Parque Natural Sumapaz. Lo hicieron acompañados de los taitas, sabedores y sabedoras de las etnias indígenas Muisca, Inga, Huitoto, Kamentza, Patos, Misak, Ambika Pijao y Nasa, entre otros. Meses atrás habían hecho una promesa cuando vieron que las llamas devoraban parte los Cerros Orientales y ellos poco o nada podían hacer. La hicieron en una reunión de las 10 Casas de Pensamiento del Distrito, de la Secretaría de Integración Social, donde participan representantes de las diferentes etnias ubicadas en localidades como Bosa, Kennedy y Suba.

“Es el ejercicio de pedir perdón por todo lo que hemos hecho contra la tierra. En primer año que se estaban quemando los cerros pensamos que no había nadie que liderara y dijimos “nosotros lo sabemos hacer,  vamos a ofrendar a la madre tierra y nos reunimos”. Básicamente ofrecemos productos que salen de ella, maíz, fríjol, granos, que es una manera de ofrendar a los espíritus, porque todos los lugares tienen dueños espirituales a los que hay que saludar”, afirma Juana Moya, quien acompaña el ritual.

Tras la solicitud del permiso para pisar la tierra y estar en el lugar, se reúnen en círculo los mayores y en seguida los niños, cada uno con la indumentaria propia de su región. Empieza entonces un baile y un canto que es acompañado por el sonido del viento al pegar contra los rostros congelados por la temperatura. Es el ritual de armonización en el cual se limpian las almas. Los cuatro elementales: agua, fuego, tierra y aire están en la esfera ancestral. Semillas de Quinua, haba, vestigios de quarzo y oro y hasta objetos orfebre, se encuentran en las manos de los más pequeños, ellos son la continuación del legado de una cultura indígena que respeta y ama a la madre naturaleza, la misma que les da día a día una razón para vivir.

Una mujer de edad camina hacia la laguna acompañada por los ritmos indígenas. Despojada de calzado se hunde hasta las rodillas en la laguna. Se está purificando y a su vez purifica su pueblo. “El pagamento es en agradecimiento a la madre tierra y eso se lleva a ofrecérselo a la laguna porque sabemos que la laguna tiene espíritu, la laguna tiene un espíritu vivo, toda la naturaleza tiene espíritu vivo, los ‘Hayas’. Por eso se les debe enseñar a los niños que deben respetar a la naturaleza porque si no se trata bien reniegan los espíritus,  chocan y se generan desastres. Cuando tenemos juntos todo el pensamiento, el espíritu, el alma, la tierra nos escucha, los adultos pidiendo perdón y los niños entregando sus ofrendas con sus manos puras”, dice Hercilia Niviayo Torres, quien pertenece a la etnia Muisca, en Suba.

La lluvia endurece en el Páramo. Los cantos aumentan y en fila, los taitas más viejos comienzan su recorrido hacia el pico del Sumapaz. Hasta allí llevan las ofrendas que minutos antes reunieron en torno al círculo.  Tras dos horas de ritual el perdón a la Pachamama se ha extendido y los niños y niñas fueron testigos de él. Son ellos finalmente quienes transmitirán el mensaje generación tras generación.

 

“Que no perdamos la identidad nuestra, lo que somos, no nos de pena tener nuestra cultura, sacarla adelante, eso es lo que estamos haciendo, le demostramos a los niños que esas costumbres vienen del vientres, de nuestras madres, padres, abuelos que nos lo han enseñado, nacemos con esa cultura y moriremos con ella”, sentencia don Gratiniano escarbando en el suelo de donde surge un hilo transparente de agua, es el páramo que lo saluda. 

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