Secretaría Distrital de Integración Social

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Un niño que trabaja es un niño sin infancia

 
–Esto sí se dice, esto sí se cuenta, esto sí pasó –dijo Natali la última vez que vivió la violencia en su hogar. Llevaba 25 años acumulando angustias y llenándose de seguridad para enfrentar los golpes que caían, en cualquier momento, como la lluvia que no avisa, sobre el cuerpo de su madre. Natali tenía cinco años la primera vez que vio a su madre sangrar por culpa de los golpes. De ese día recuerda que no entendió qué estaba pasando pero sí que sintió miedo. Un miedo que la paralizaba. Un miedo que dejó de existir el día en que su padre apuñaló a su madre en el cuello.
 
¡No más!
 
Era viernes, 17 de octubre de 2015, y Natali estaba feliz porque su madre, luego de 25 años de soportar maltratos, había decidido separarse definitivamente. –Yo estaba hablando con mi mamá, ella había salido hacia pocas semanas de una estancia de cuatro meses en Casa Refugio, lugar a donde una funcionaria de Casa de la Mujer la había enviado por el alto riesgo que corría al lado de mi padre. Yo estaba con mis dos hijos (de 7 y 8 años) en una de las dos camas que hay en la habitación, y mi mamá estaba en la otra con mis dos hermanos (de 6 y 10 años). Estábamos hablando de planes para el futuro. Yo me sentía tranquila. Mi papá estaba abajo. No sé en qué momento nos quedamos dormidos, tampoco sé qué hora era. Solo recuerdo que me despertaron los gritos de mi papá que estaba sobre mi mamá con un cuchillo (…) Mis hermanos, mis hijos y yo lo detuvimos como pudimos pero él nos atacaba cada que nos acercamos. Un vecino llegó con la policía. Mi mamá estaba desmayada, uno de mis hermanitos estaba herido en una mano, y mi papá gritaba: “La mato a usted y me mato yo, si no es para mí no es para nadie”.
 
 “A su casa no debe volver”, le habían dicho en Casa Refugio a la mamá de Natali. Pero la realidad es más fuerte y no tuvo más remedio. “Como la casa es de todos, yo merezco una parte, me quedo en el segundo piso y usted, en el primero. Cada uno paga su comida y hace su oficio”, dijo la madre de Natali a su esposo, quien asintió y respetó eso dos semanas hasta que sin importar la presencia de sus tres hijos y sus dos nietos la intento matar.  
 
Natali narra los hechos de ese viernes con sequedad. Pocas veces habla de eso, pero cuando lo hace abunda en detalles y siempre afirma: “Ya no tengo miedo”.
 
Resiliencia 
 
La madre de Natali duró cinco días hospitalizada. Su padre, a los dos meses fue arrestado y hoy se encuentra con medida de aseguramiento, a espera de una condena por intento de feminicidio. 
 
–Nunca quise esto –dice Natali–, soñaba con una familia unida donde mi hermano, mi mamá, mi papá y yo fuéramos felices, pero eso no sucedió, y frente a eso lo único que puedo hacer es superarlo y no permitir que vuelva a pasar con nadie, ni conmigo, ni con mis hijos (Natali también llama hijos a sus dos hermanos menores)… con nadie. A mí y a mí hermano nos arrebataron la infancia y no voy a permitir que suceda lo mismo con mis hijos, ellos van a tener la infancia que se merecen.
 
Natali habla con seguridad, las palabras que usa y las afirmaciones que lanza dan cuenta de un amplio conocimiento que ha ido adquiriendo en talleres que ha realizado con los profesionales de la Secretaría de Integración Social que han acompañado su caso. –Voy a estudiar psicología o Trabajo Social, mi interés es ayudar a muchas mujeres que han vivido muchos infiernos en sus casas –dice.
 
–De todo esto me ha quedado la seguridad para denunciar y entender que el maltrato no es un asunto de que las personas son así y ya, o que es que así fueron educadas. ¡No! La violencia se debe frenar –comenta Natali con rudeza–. Tengo muchas amigas que creen que por mantener una familia se deben soportar los malos tratos, o que creen que el maltrato es solo físico, olvidando que la violencia económica, la psicológica, la verbal y la sexual es también maltrato.
 
Natali es un ejemplo de superación, no solo por lo que vivió con su papá sino con el padre de sus dos hijos. “Así son los hombres”, le dijeron la primera vez que este la golpeó. “¡No!, así son si lo permitimos” dijo Natali y se separó de él. Hoy tiene un compañero que la respeta y de quién espera un hijo.   
 
 
Trabajo infantil
 
–Después de la noche en que mi papá atacó a mi mamá, lo que más me preocupa son mis hijos, pues ellos vieron todo e incluso uno de ellos resultó herido en una mano. Yo pensé que después de eso iban a ser niños traumados, pero me ha sorprendido que en lugar de tomar actitudes violentas o de tristeza, se han unido y sus juegos son felices y de apoyo entre ellos y con los demás.
 
Mayi Escobar, profesional de la Secretaría de Integración Social y una de las personas que ha hecho parte del proceso de acompañamiento a los niños a través de la Estrategia Móvil PRINTI (Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil), manifiesta que: “en efecto, los tres niños y la niña han tenido una capacidad asombrosa de superación del evento traumático. Ellos nunca hablan del suceso a no ser que se les pregunte. Y cuando lo hacen, lo hacen sin tapujos, entendiendo lo grave que fue y las acciones para superarlo”.
 
María Fernanda, de 8 años, afirma: “No me gustó cuando mis abuelos se separaron y lo más triste que me ha pasado fue cuando se llevaron a mi abuelito y que él todavía esté allá. Eso es lo más triste que me ha pasado en la vida. Yo rezo por él para que salga rápido y este bien; también para que le den comida, que le den almuerzo. Yo lo extraño mucho porque él también nos hacia reír, con él jugábamos, nos dejaba salir a la calle, nos compraba ropa. Lo extraño, pero lo que hizo fue malo y debe responder por eso”. 
 
El proceso de resiliencia (En psicología, la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.) de los niños ha sido positivo. Ahora la preocupación es su alta vulnerabilidad a una de las formas más comunes de trabajo infantil: el encierro parentalizado. Asumir roles de adultos o padres de familia cuando estos no están o se encuentran trabajando. “Se incurre en un delito cuando los niños asumen actividades donde su seguridad entra en riesgo (cocinar o manipular elementos que puedan generar algún tipo de accidente) o que limiten su tiempo para actividades escolares o lúdicas propias de su edad. No es que los niños no puedan desarrollar actividades como tender su cama o recoger los juguetes, por el contrario, ese tipo de actividades  aporta y fortalece su desarrollo”. Afirma Mayi Escobar.
 
La madre de Natali sale todos los días a las cinco de la mañana y regresa a las siete de la noche luego de una jornada laboral de doble turno que apenas le garantiza los ingresos suficientes para la comida y los gastos de la casa. –Cómo yo no puedo hacer mucho trabajo físico por mi embarazo –comenta Natali–, y mi mamá esta todo el día trabajando, mis hijos deben ayudar. Al inicio esa ayuda era de todo tipo, hasta cocinaban. Sin embargo, con los talleres de las profesoras de la estrategia (PRINTI) nos dimos cuenta que eso no estaba bien porque por hacer eso estaban dejando de ser niños. Para solucionar eso se nos dio cupo en el comedor comunitario, dónde se nos garantiza la comida, y al Centro Amar de la Secretaría de Integración Social, donde ellos tienen actividades pensadas para niños. 
 
 
“Yo acá me siento feliz porque estoy con mis hermanitos. Acá jugamos, acá nos dan comida y nos enseñan a cantar. En las mañanas ayudamos en la casa tendiendo nuestras camas y barriendo los regueros, luego nos vamos para el Centro Amar y luego vamos para el colegio. Estoy contenta porque ya no tengo que cocinar”, dice María Fernanda, hija de Natali.
 
María Fernanda, su hermano y sus dos tíos (6 y 10 años)  hacen parte de los 1973 niños, niñas y adolescentes que en lo corrido del 2016 han sido atendidos a través de los trece Centros Amar y la Estrategia Móvil (atención psicosocial e intervención pedagógica en puntos que han sido identificados con alto riesgo de trabajo infantil) para la Prevención y la Erradicación del Trabajo Infantil de la Secretaría Distrital de Integración Social. 
 
–Estás estrategias nos ayudan a comprender las consecuencias del trabajo infantil, que es uno solo y muy claro: un niño que trabaja es un niño sin infancia, y un niño sin infancia es un adulto con odio; y no merecemos adultos con odio –afirma Natali mientras abraza a sus hijos.
  
 
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