Bogotá, febrero 2 de 2017. No ve pero canta con fuerza. No puede observar las sonrisas de sus alumnos pero escucha sus carcajadas y sus cantos estrepitosos. No puede leer una partitura, pero enseña canciones con xilófonos que tienen colores en vez de notas. Es Javier Peralta, el ‘profe’, quien con discapacidad visual enseña música a niños, niñas y adolescentes que como él, tienen algún tipo de discapacidad.

 

Nunca entendió por qué la vida le quitó la visión. Primero fue una cirugía mal practicada que lo privó de su ojo izquierdo. Luego un golpe en el derecho le desprendió la retina y en pocos días los últimos destellos del mundo fueron perdiéndose entre sombras. Tenía 23 años cuando dejó de ver para siempre.  

 

Empezó a enredarse con la maleza de su tierra natal Pitalito (Huila), y decidió viajar a la capital. Hace 3 años es tallerista de los Centros Crecer. Empezó en el de Rafael Uribe Uribe y ayer, 1 de febrero, fue su primera clase en el Centro ‘La Paz’, de Chapinero.

 

“Desde el primer día que estuve con niños con discapacidad el reto era enorme. Yo decía: ‘vamos a ver cómo me va sin poder ver’. Terminé enseñándoles a tocar en un xilófono por colores. Los traía de manera intercalada y cada uno representaba una nota. Pude enseñarle a un chico a sacar una canción en tres meses y aprendió percusión, tambora, tambora larga y canto, que es fundamental en su desarrollo”, afirma el ‘profe’, quien se pone la mano en la oreja, como Juan Luis Guerra, y canta con una diadema que lleva en su oreja. De su pecho cuelga un bafle donde suenan canciones de Pastor Gómez.

 

“Todas las mañanas veo una ancianita muy desesperada preguntando por su hijo….”. Su voz es fuerte y pareja. Tiene un tono muy parecido al del cantante. Los niños no saben qué canción es pero bailan como si fuera una fiesta, sí, es una fiesta diaria en el Centro Crecer ‘La Paz’. “Guardar en mi mente, su rostro bendito, que yo he marchitado y sola he dejado…..”

 

“Hay algo tan hermoso de estos niños y es que cuando llego a mi sitio de trabajo todos me saludan y todos buscan la forma de abrazarme. A pesar de su condición, saben que tengo discapacidad visual y que hago parte de ese grupo. Ellos me guían”, cuenta Javier, quien asegura que es común que los niños se peleen por cogerle la mano y llevarlo por el lugar. Son niños de 6 ó 7 años quienes, a pesar de su “autismo o problema de comunicación”, según dice el ‘profe’, entienden su condición y lo quieren apoyar. Saben que es el ‘profe’, quien llena sus días de alegría y ritmo.

 

 

Se ríe cuando le preguntan del porqué de la música que canta. Se ríe más cuando se le indaga de por qué no les pone música para niños. “Lo que pasa es que ellos también van en una evolución. Van creciendo y no podemos quedarnos anclados. Es la música de ellos y van aprendiendo a madurar y eso hace parte de nuestra cultura y nuestro diario vivir”

 

Como buen artista musical tiene un éxito. Se llama ‘Ama la vida’, pero los niños, niñas y adolescentes con discapacidad, quienes fueron los que la inspiraron le dicen ‘Echar pa’ lante’. Se la piden cada vez que la recuerdan. Casi siempre son los padres, quienes la solicitan. No se pueden quedar sin bailarla.

 

Javier es uno de los servidores de los Centros Crecer, que entraron en funcionamiento el 1 de febrero, tal y como se anunció desde el pasado 20 de enero. En ellos cerca de 900 niños encuentran espacios agradables, cómodos e higiénicos donde pasan la mayor parte del día. 16 de los 17 Centros ya están en funcionamiento y hay, aún 400 cupos disponibles que tiene Integración Social para los niños, niñas y adolescentes en la capital. Un grupo interdisciplinario, con talleristas sensibles como el ‘profe’, los espera.