Cuando Andrea conoció a Óscar Javier Molina el 20 de julio del 2005 contaba con 20 años de edad, muchos años de diferencia le llevaba el artesano que la pretendía en el centro comercial cerca al restaurante
donde trabajaba en ese entonces, el novio de su hermana era amigo de Javier y fue quien los presentó, luego de ir y venir por aquel lugar y de tanta insistencia de parte de él, Andrea decidió darle su número telefónico y a partir de ahí vinieron las invitaciones a salir en las cuales el enamoramiento fue inevitable, pues con la diferencia de edad y la experiencia de vida que tenía Javier fue una razón suficiente para querer concretar y formalizar su relación.
Todo estuvo a favor de la pareja, un contrato con una entidad del Distrito, el apartamento del primer piso que les ofreció su mamá en arriendo después de hablar con ella sobre sus intenciones de vivir juntos; fue precisamente allí donde Andrea y Javier formaron el hogar que él siempre quiso tener y que por cosas del destino desde los 13 años se le esfumó con la muerte de su madre, por esto luchó hasta el final, por ser feliz al lado de la única mujer que le brindó afecto y un amor incondicional hasta el final de sus días.
Para Andrea también su pareja representaba todo en el mundo, “la razón de respirar cada día”, sobre todo porque llegó a darle un rumbo a su vida que jamás había pensado y mucho menos planeado, porque obnubilada con el discurso de su compañero de vida, la falta de un proyecto de vida y el desamor que siempre ha sentido por parte de su mamá fueron las motivaciones para que su vida cambiara y fuera el momento propicio para hacerlo.
Haberse enamorado de Javier fue lo mejor que le pudo pasar, cuenta Andrea con nostalgia y una profunda tristeza, apenas empieza a hablar sus manos se tornan férreas y mientras nos cuenta su vida frota sus dedos y los entrecruza, el esfuerzo que hace por contener su llanto y sus ojos claros que en lo profundo de su mirada reflejan un vacío inconmensurable que a medida que avanzaba en su relato se hace difícil predecir de qué manera sanará tanto dolor acumulado por la muerte de Javier en hechos tan lamentables y terribles como fueron, “porque yo, afirma, estaba junto a él detrás de la barra cuando llegó al bar un hombre con el casco puesto en su cabeza, tambaleándose, haciéndonos creer que estaba ebrio llegó hasta este lugar”, señala el centro de la sala donde estábamos sentadas y continua “todo sucedió en un segundo en medio de nuestros amigos que se quedaron departiendo una cerveza después de ensayar el resto de la tarde de ese sábado en el que Javier recibió una de las tantas amenazas que le hicieron, por servir y trabajar en el Bronx con habitantes de calle, funciones para las que fue contratado por la Secretaría Distrital de Integración Social”.
Frente a este tema cuenta orgullosa el desempeño que tuvo su compañero en este trabajo y lo dedicado que fue, la mística con la que hacía su trabajo porque siempre quiso brindar la protección que estuviera a su alcance a estos participantes de los servicios de la Secretaría, porque además de sus obligaciones contractuales, tenía el inmenso deseo y confianza de que todo estaría bien para ellos y ellas, esto fue lo que Andrea le escuchó durante sus nueve años de convivencia, en los tiempos que compartían él le contaba con mucho entusiasmo lo que hacía y lo que significaba ese trabajo.
La vida de Javier
“Me contó que era de padres campesinos, su madre era muy religiosa, murió de cáncer en el estómago cuando él tenía 13 años, fue hijo único, sus padres lo tuvieron a una edad avanzada, durante la enfermedad de su madre tuvieron que hipotecar la casa y se fueron a vivir a Pereira. Un día encontró a su padre con la mejor amiga de su mamá y se disgustó mucho porque fue la persona que la había ayudado en su enfermedad, por lo que decidió irse de la casa a los 16 años, durante un tiempo se la pasó de casa en casa de amigos, en esa época conoció a Jeniffer la mamá de su único hijo, componía música, empezó a consumir drogas, así llegó a Bogotá a vivir pagando la noche en hoteles, con la plata que ganaba como artesano, estando en estos lugares le dieron dos disparos y fue llevado a un hospital donde le recomendaron para su rehabilitación, el programa Vía Libre”, nos cuenta Andrea.
“Cuando lo conocí ya trabajaba con el distrito, no le creí hasta que conocí la casa del barrio Galán donde vivía, inclusive empezó a llevarme a los eventos que se hacían”, sostiene.
¿Cómo era el día a día con Javier?
Todos los sábados ensayaban con la banda y luego compartían un rato con los muchachos después del ensayo, la banda era de él se llamaba Sádico, con ella ganaron un premio a la mejor en su género en la localidad Usme. Su compañero consideraba que ella no necesitaba trabajar en otro lado que no fuera con él, en el bar y en una miscelánea que le montó para que pasara el tiempo mientras él trabajaba.
El mejor amigo de Javier era Isnardo, “fue el hermano que nunca tuvo, ellos compartían mucho y yo he compartido mucho con Aleja que en ese entonces era la esposa de Isnardo”, dice Andrea moviendo su pulserita de cuero de un lado para otro.
Andrea nunca conoció al padre de Javier, él pensó en buscarlo pero nunca lo hizo por miedo a cómo podría reaccionar después de tanto tiempo de haber perdido comunicación con él, lo cierto es que su padre no apareció ni con la noticia de su muerte.
“No sé de donde sacaron los medios de comunicación que Javier fue habitante de calle, según me contó él si se drogaba, pero pagaba una habitación al diario y trabajaba vendiendo artesanías. Su primer trabajo fue realizando encuestas no recuerdo con que entidad”.
“Mi vida dio un giro de 180 grados, fue toda una vida con él, Javier fue todo para mi. Obviamente en una relación de pareja no siempre hay felicidad, el que diga lo contrario esta mintiendo, nosotros tuvimos nuestros problemas él se iba pero al rato llegaba pidiendo perdón y diciendo que no quería irse porque yo era su familia, lo único que tenía. En la relación hubo respeto nos apoyábamos mucho, era gallinazo, pero eso hace parte de una relación, nos cuidábamos para no tener hijos para disfrutar y vivir nuestro tiempo como pareja, ya para el 2013, año en el que él falleció estuvimos hablando de la posibilidad de tener un hijo”, dice conmovida.
“Ahora sé que jamás va a volver a entrar por esa puerta, el primer año ha sido muy duro, porque uno se acostumbra a esa persona y se que ya no voy a compartir más con él. Me siento muy sola, vivo sola y aunque mi mamá vive en el piso de arriba, jamás baja”, continua hablando de las afugias económicas, “vivo con alguna entrada que deja la sala de ensayos y un mínimo de la ARL”.
Superando el dolor mientras aborda su historia
Ahora asiste a actividades que le gustan y que descubrió por casualidad, cuando visitaba la tumba de Javier que está en el Cementerio Central, allí se encontró con un grupo de personas en un conversatorio, conoció el Centro de Memoria y por casualidad en ese momento tenían una exposición de cuadros bordados con las telas elaboradas por las madres de Soacha. “Allí conté mi historia y lloré, la gente quedó impactada y ahora todos los jueves participo con otras víctimas, esto ha sido como un apoyo en el duelo. A medida que voy tejiendo el tapiz voy superando el dolor, aquí hay gente muy especial, por eso invité a mi amiga Aleja. Somos amigas desde hace más de seis años, cuando ella y su esposo Isnardo visitaban el bar”.
Empezaron a elaborar el tapiz, entre las dos, Alejandra y Andrea, ese tapiz refleja toda la vida de Javier, sus amigos, la banda, él dándole la mano a un habitante de calle, indicándoles cuáles eran sus derechos, también unas cámaras y equipos audiovisuales porque era lo que estaba estudiando en la Fundación Alzate Avendaño y por último una guitarra rota, rodeada de unas lágrimas de sangre que representa el dolor de su ausencia. “Heaven and Hell” es el nombre del bar porque significa que estábamos en el cielo y bajamos al infierno desde que mataron a Javier; uno piensa que nunca le va a pasar y la tragedia llegó a la puerta de mi casa”.
La vida continua y Andrea tiene proyectos como conseguir una casa, realizar los proyectos que tenía con Javier, trabajar con los muchachos de la localidad manteniéndolos ocupados con actividades de tipo musical para que “ellos se mantengan con la cabeza ocupada” dice Andrea y estudiar Trabajo Social o Criminalística, pero antes necesita tener un dinero para empezar a hacer y no a soñar.
Cristina Monsalve
Equipo de Comunicaciones
Dirección Territorial