Lavar, planchar, atender a sus hijas, compartir con su esposa, labores de un hombre de verdad

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Bogotá, marzo 22 de 2019. El 5 de febrero de 2016, la comunidad de la localidad de Puente Aranda y Antonio Nariño quedó impactada con la noticia del feminicidio de Maira Barahona Rodríguez, una mamá participante del jardín infantil ‘Bochica’. Su pareja le quitó la vida, de una forma violenta, en presencia de su hijo Cristian Camilo.

A partir de lo sucedido, un grupo interdisciplinario de la subdirección local decidió levantar su voz y poner su grano de arena por una sociedad libre de machismo. La iniciativa ‘Escuela de formación de masculinidades no hegemónicas Maira Barahona Rodríguez’, promueve masculinidades no violentas, comprometidas con los temas de crianza y que puedan involucrarse en las dinámicas domésticas.

Uno de los alumnos de la escuela es Robert Rivera está casado hace 5 años y tiene dos hijas de 3 y 4 años. Fue uno de los primeros papás que se atrevió a cambiar el chip y aceptar una masculinidad responsable y comprometida con los derechos de las mujeres.

Su papá murió cuando tenía 3 años y desde entonces soñó con tener hijos: “ser padre significa convertirse en ejemplo, testimonio y estar activo en el desarrollo de los niños”, comenta mirando a Isabella y Victoria.
 

Robert se levanta temprano, se despide de su esposa y se ducha. Después despierta a sus hijas, las baña, las viste, las peina y las prepara para el colegio. Les cocina el desayuno y las onces, acompaña a Isabella a tomar la ruta del colegio y deja a Victoria en el jardín.

Es un hombre tranquilo, ni siquiera cuando regaña a sus hijas sube el tono de la voz. Simplemente endurece la mirada y les habla despacio. En dedicado en su labor, se preocupa por hacerlas felices y acepta que todos los días les cocina su comida favorita: sopa y arroz.

Trabaja como independiente, por lo que la mayor parte del tiempo está en la casa. Todos los días organiza, tiende las camas, limpia la cocina y prepara la comida. Junto a su esposa se turnan las labores del hogar: lavar la ropa, planchar, barrer, etc.

Se ríe con picardía, se pone la mano en la cara y con un tono burlón, afirma: “me cuesta colaborar en las labores del hogar: a veces no quiero lavar losa, ni ordenar la cocina, pero entiendo que es una corresponsabilidad, las mujeres no nacieron para estar en la casa, ni para cocinar, ni para atender a sus hijos y a su marido. Mi esposa y yo somos un equipo”.

Robert no siempre pensó de esa manera, estaba acostumbrado a ser el “hombre proveedor de su familia”, como él mismo se llama con un tono sarcástico. En el momento que nace su primera hija se quedó sin trabajo y su vida cambió.

“Cuando me quedé en la casa fue muy duro… no lo quería aceptar, venía de tener ingresos, una oficina y manejar personal. Fueron 6- 7 meses intentando que las cosas mejoraran en el ámbito económico y de pareja”, afirma mirando al horizonte.

Robert es un papá “todo terreno”. No tiene problema en tirarse al pasto para jugar con sus hijas, o cepillarles el pelo para volver a peinarlas. A las niñas les gusta estar con él, lo llaman con insistencia y se mueren de la risa cuando él les hace muecas.

Tres meses después de la muerte de Maira Barahona, Robert y otros papás fueron citados al jardín para una actividad. Quedaron sorprendidos cuando se dieron cuenta que serían los protagonistas de una clase de baile.

“Al principio no teníamos ritmo, pero lo empezamos a coger y conocimos una manera diferente de sacar el estrés. Todos los hombres que estábamos teníamos algo que nos afectaba, pero no nos atrevíamos a compartir. Al final salimos con una idea: lo lindo que se sentía trabajar por nosotros”.

Ese fue el primer taller de muchos. Robert empezó en el 2016 y pertenece a la primera generación de papás con nuevas masculinidades. Ahora es vocero de la iniciativa y comparte su experiencia con otros hombres.

“Para mí, las nuevas masculinidades son la oportunidad de dejar todo aquello doloroso con lo que nos criaron: no poder expresar nuestros sentimientos, un llanto o rabia”.

Robert se ríe cuando ve a sus hijas jugar, las mira con ternura y me explica que la mayor es igual de espontanea y activa que su esposa. En cambio, Victoria se parece más a él, taciturna, tranquila y reflexiva. Reconoce que quiere un mundo diferente para sus hijas, uno que acepte y promocione los derechos para las mujeres, pero sobre todo uno sin violencia para ellas.

“Con una serie de talleres para los hombres participantes de los jardines infantiles de la localidad queremos que deconstruyan y desaprendan muchos estereotipos que les ha enseñado la sociedad, la cultura y el estado sobre la forma en la que se deben comportar. Queremos que cambien el chip”, aseguró Raúl Suárez Tarazona, psicólogo de los jardines infantiles de la subdirección local de Puente Aranda y Antonio Nariño.

En el 2018 se sensibilizaron 350 papás, de 15 jardines infantiles, por medio de talleres una vez al mes. Algunas de las actividades que realizan son: 1. Hombres tejiendo mundos de igualdad, 2. Leyendo cuentos para la igualdad 3. Spa para hombres rompiendo dichos machistas como “los hombres en la cocina huelen a caca de gallina”.

Antes de despedirnos, hace una pausa y dice: “Un hombre que se involucra activamente en la crianza de sus hijos y en la construcción de su hogar no pierde su masculinidad, al contrario, se hace más hombre”.
 
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