Las manos de Miguel Antonio Tumiya son ásperas como la tierra que cultivó durante años para sus congéneres en el Cauca. Él es uno de los ‘taitas’, quienes harán parte de la formación que recibirán 140 niños y niñas de esa localidad del occidente de Bogotá. La mayoría, de la comunidad Misak, van vestidos con la indumentaria propia de su cultura. Su objetivo es claro, no perder las raíces ancestrales que los acompañan desde hace siglos, y que les corren por las venas.

 

“Los padres de familia, las madres de familia se aporten desde el hogar. Desde la cocina que es el espacio donde se fortalece la educación. Es a partir de ahí donde el niño se fortalece la identidad. Y este espacio es un complemente para los diferentes conocimientos del niño y donde aprende que el mundo es diverso, que hay muchos pueblos y que se piensa diferente”, asegura Tumiya, quien baila alrededor de un grupo de indígenas. Es el agradecimiento a ‘Pachamama’, por este espacio que más que un lugar, es el universo de la formación para los indígenas más pequeños.

 

Entre columpios y pelotas gigantes de caucho se ve correr a Eliana Uyune. Esta niña de la etnia Guambiana, de 4 años, no discrimina a otros niños que también asisten al lugar y que, diferente a ella, no llevan el atuendo. Sin embargo, sus ojos negros como la tierra que adoran sus ancestros, transmiten inusual alegría al momento de interactuar con otros niños y niñas de su edad. A diferencia de lo que pasa con su madre, aquí encuentra tranquilidad y un lugar que respeta sus creencias. 

 

“Hace 3 años que estoy por acá en la capital. Para mí lo más importante es salir adelante con mi hija porque soy madre soltera y con este jardín nos beneficia mucho para progresar. Es importante porque como las profesoras también son gente guambiana no se pierden nuestras raíces. Para mantener la cultura lo más importante es el idioma y el atuendo, ya que es difícil estar en Bogotá porque hay muchas indiferencias con los indígenas. En algunas partes sí nos hablan feo y nos tratan mal”, asegura Mercedes Uyune otra de las mamás beneficiadas con la Casa de Pensamiento. 

 

Cada indígena que asiste a este lugar lleva su atuendo respectivo. El faldón que recibe el nombre de ‘Anaco’. El ‘reboso’ que es la ruana o poncho que llevan sobre los hombros. La ‘pandereta’, que es el sombrero, shakiras en el pecho, mochila cruzada y botas. Por décadas han caminado en la capital con orgullo. Respetar la tierra y al ser humano, por encima de todas las cosas, es una enseñanza que aún muchos no comprenden. 

 

Para Richard Romero Raad, subsecretario de Integración Social, esta Casa de pensamiento, “es supremamente importante porque es una manera de respetar los espacios y diferencias de culturas que manejan una cosmovisión diferente. Es la décima que habilita el Distrito y el alcalde Enrique Peñalosa, quien está comprometido con esta diversidad y entendiendo el respeto se generan estos espacios. Son 140 cupos no solo para la etnia Misak, sino para la población en general de Fontibón donde se habilitará un jardín infantil”. 

 

La Casa de Pensamiento ’Shush Urek Kusreik Ya’ cuenta con salones para reuniones, sala amiga de lactancia materna, ludoteca, sala de estimulación, batería de baños para niños y adultos, y espacios administrativos. A su vez, la segunda etapa está conformada por un aula múltiple, una sala amiga de lactancia materna, cocina, salones para actividades de carácter psicosocial y pedagógico, y batería de baños para niños y adultos. 

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