Marta Liliana tiene 23 años, dos hijos, y es trabajadora sexual desde hace dos años. Esta es su historia; una radiografía de injusticia, desarraigo, violencia y segregación social que encontró en las políticas de la Secretaría de Integración Social una forma de superar, de resurgir y de construir.
.....................................................................................................................................................
Marta Liliana tenía 9 años cuando vio por primera vez un muerto. Nunca había visto uno, pero desde ese momento se acostumbró a ellos, a naturalizarlos, a convivir con ellos.
Creció con el rumor de la muerte y el olor a sangre llegando en cualquier momento, al lado de cualquier camino, en la esquina de cualquier calle. En una época en que la muerte se anunciaba al paso de hombres gritones y vulgares que recorrían las calles dando patadas, insultando y señalando.
Iniciaba el nuevo milenio, y en los Montes de María, sub región del Caribe colombiano que atraviesa los departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre, todo era horror.
“A palos, los agarraron a palos, como si fueran colchones a los que se les estuviera sacando la mugre” dice Liliana recordando el 16 de octubre del año 2000, cuando paramilitares al mando de Rodrigo Mercado Pelufo, alias "Cadena", asesinaron a 15 campesinos y desplazaron unas 400 familias en el corregimiento de Macayepo jurisdicción de El Carmen de Bolívar en el departamento de Bolívar. “Ese día hubo muchos muertos pero ninguna bala” afirma Liliana.
En Macayepo solo quedaron viviendo dos ancianos. Liliana y su familia fueron de vereda en vereda, recorriendo los montes, trabajando en tierras ajenas, huyendo y sobreviviendo hasta que retornaron a lo que había sido suyo.
Pero la cosa ya no era igual, ya nada estaba en buen estado, las tierras ya no eran suyas, las casas estaban caídas. “Es que así como las casas se caen más rápido cuando no tienen gente, un pueblo se vuelve triste cuando ha sufrido tanta violencia” dice Liliana, quien aguantó esa tristeza toda su adolescencia y en 2010, acompañada de Andrés, su primer y, según ella, único amor, hizo maletas para llegar a Bogotá.
***
“En Bogotá toda la gente camina sin descanso. Van de un lado para otro, no paran, no hablan, los únicos que descansan somos los pobres que a cada rato nos quedamos como tontos, detenidos, pensando: ¿y ahora qué? ¿Qué voy a comer? ¿Dónde voy a dormir?”
“Llegamos pensando que todo iba a salir bien, que íbamos a hacer plata para enviarle a los viejos. Nunca pensamos que iba a ser tan difícil. Lo primero fue encontrar un lugar donde dormir. Casi no conseguimos nada. Al fin encontramos un cuartico en el centro, en una casa oscura que olía a orines y donde llegaban a toda hora viejos acompañados de putas, borrachos, bazuqueros y familias enteras en la misma pobreza que nosotros”
“Intentamos de todo. Todos los días salíamos a buscar cuanto empleo era posible, pero nada. A él le salían cositas en construcción y a mí uno que otro trabajito por ahí haciendo aseo en bares, pero nada estable, todo como para el día. En esas duramos cuatro meses hasta que me di cuenta que estaba embarazada y lo peor: casi en la indigencia. En ese momento decidimos que mejor era devolvernos para Macayepo. Allá por lo menos no aguantábamos hambre y por lo menos un rancho podíamos construir”
“Llegamos donde los viejos en diciembre y eso fue una alegría muy grande. A pesar de los recuerdos volvimos a sentirnos personas”
Llegaron nuevamente a Macayepo. En la vereda El Aguacate, cerca a la casa de los padres de Andrés, levantaron un rancho de madera donde nació Hiann Andrés, su primer hijo. Allí llevaban 10 meses cuando tres personas con pistola en mano llegaron y les dieron dos días para salir del pueblo.
“No les importó que yo estuviera recién parida, solo gritaron: ‘Se van o los vamos, eso les pasa por sapos" dice Liliana. A Bogotá regresaron en octubre de 2011.
“Llegamos de nuevo a aguantar hambre, a sentir miedo –dice Liliana intentando contener las lágrimas que muy a pesar suyo brotan sin compasión-. A los dos meses de estar de nuevo casi mendigando comida me enteré que estaba nuevamente embarazada, lo que duplicó mi miedo y la desesperación. Desde ese momento supe que si no hacia algo radical no íbamos a sobrevivir. Había días en que sentía deseos de morir, de acabar con todo esto, pero creo que ver tanta muerte en mi niñez ha hecho que respete mucho la vida, por eso nunca pensé en abortar a pesar de la situación”
Liliana y Andrés nunca supieron por qué los echaron, por qué los tildaron de sapos. A los dos días de recibir la amenaza ya se encontraban en un bus directo a Bogotá.
***
Marta Liliana tiene ahora 23 años, dos niños -Hiann Andrés y Brayan Andrés- vive con su esposo Andrés y es trabajadora sexual desde hace dos años.
“Soy trabajadora sexual por dos razones: mis dos hijos. Ellos son mi vida entera, verlos aguantar hambre o vivir en la calle es algo que no me puedo permitir, prefiero esto y no pedirle limosna a ¡nadie! No ha sido fácil. Decirle a mi esposo: papi, estamos mal, estamos aguantando hambre, voy a hacer esto. Verme salir todas las noches, eso es muy duro para él como hombre, pero yo hago todo para que comprenda que mi amor hacia él está intacto y que primero están mis hijos y su dignidad”
Liliana, de un metro setenta de estatura, piel canela y una dentadura perfecta que resalta sus atractivos físicos, asegura que trabajará en la prostitución hasta que sea necesario aunque dice estar segura de que éste solo va a ser un trabajo pasajero.“Estoy ahorrando para hacer un técnico y así tener mejores posibilidades de un empleo del que podamos estar orgullosos como familia” dice.
A Marta Liliana la conocí en el lanzamiento del onceavo Jardín Acunar Nocturno “Coloreando Sueños” en la localidad de Santa Fe. Sus dos hijos ahora son beneficiarios del servicio para la primera infancia, entre los 3 meses y los 5 años de edad, que la Secretaría Distrital de Integración Social ha implementado para los niños y las niñas de personas que realizan trabajos nocturnos.
Allí, al lado de Marta Liliana, hay muchas historias para contar. Radiografías de injusticias, desarraigo, violencia y segregación social. Ciudadanos y ciudadanas que encuentran en la puesta en marcha de políticas de inclusión social una forma de superar, de resurgir, de construir.
“Que mis hijos estén acá –en el jardín- es una gran ayuda. Un aporte a superar nuestra condición de pobreza” me dice Liliana al tiempo que mira su reloj, me besa en la mejilla, se despide de sus hijos y sale del jardín abrazada con Andrés.
Por: Julio Pulido
Oficina Asesora de comunicaciones
Secretaría Distrital de Integración Social