“Me robaron todo y conocí el IDIPRON... mi segunda casa”

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Humberto Aguilera es un joven  de 26 años que por motivos económicos y familiares no pudo terminar su bachillerato y  llegó a Bogotá hace dos meses buscando mejores oportunidades.
 
Sus días desde hace 2 meses transcurrían entre los buses, la calle y su humilde morada en una pieza que alquiló por seis mil pesos diarios en la localidad de Chapinero, a donde llegaba en las noches. En las mañanas, muy temprano compraba su maní, lo empacaba e imprimía las frases y salía a venderlo en los buses.
 
“Cuando llegué me dedique a vender maní en los buses. Yo no vendo el maní sólo, lo vendo con frases reflexivas que yo mismo imprimo y empaco para que la gente se pueda llevar un pensamiento positivo a su destino”.
 
Su rutina empezaba desde las 5:30 a.m., hasta las 10:00 p.m., vendiendo maní por todo Bogotá. Humberto cuenta que inició con 100 mil pesos y que luego, cuando ya tuvo cómo vivir de su negocio, empezó a enviarle dinero a su madre oriunda de Barrancabermeja.
 
“Yo sé cómo trabajar el dinero. Desde pelado me enseñaron a trabajar y la verdad no he buscado un empleo, ni un jefe. Yo soy mi jefe y el dueño de mi tiempo y a la gente le gusta cómo yo vendo, porque yo les llevo mensajes positivos. A mí vender en los buses me encanta porque conozco tantas historias, tanta vida”, aseguró Humberto orgulloso.
 
Pero este joven emprendedor no llegó porque sí a la capital. Meses atrás recibió amenazas a través de panfletos que lo obligaron a salir de su pueblo natal.  El día que le dijeron  que saliera de su tierra, con su mochila y unos pesos decidió venirse para Bogotá. Dejó a su madre, quien en la actualidad está un poco enferma y empezó a vivir en la ciudad en la que “pase lo que pase” se va a quedar.
 
“No me pregunte cómo me robaron porque del susto no me acuerdo”
 
De manera acongojada Humberto relató el cruel milagro que lo llevó al Idipron a cambiar su vida. “Iba caminando por la séptima. Tenía 550 mil pesos y le iba a girar a mi mamita 420 mil para sus cositas. Eso era lo único que yo tenía. Ese día guardé el dinero en la mochila y no sé en qué momento alguien me sacó un cuchillo que parecía una macheta y me sacó la plata. Hasta ahí me acuerdo”, contó.
 
“Lo duro de esta situación  es que me quedé sin nada. Sin con qué trabajar. Yo me sentí muy desesperado y empecé a buscar ayuda y fui a la Secretaría de Integración Social, subí al piso 10 donde es la Subdirección para la Juventud y de allí me apoyaron para que el IDIPRON me recibiera”, narra emocionado. 
 
“IDIPRON es mi segunda casa”
 
Ya lleva cerca de dos semanas en una de las unidades operativas de atención a jóvenes vulnerables y dice que ha aprendido demasiado. Que estando en  ese lugar se le ha ocurrido hacer charlas sobre amor propio y ayudar a la gente para que no se deprima.
 
“Mire, en los buses y en las calles me encontré con mucha gente deprimida. Historias que uno no se imagina. Por eso hago mis papelitos en el maní. Yo sueño con dar charlas a la gente y que utilicen la música y los demás sentidos para que sientan amor propio”.
 
Humberto asegura que en el IDIPRON se siente muy bien, pero que se aburre de no poder trabajar. Busca un apoyo para poder empezar su negocio y seguir vendiendo en los buses. Sin embargo sus ganas de progresar y el apoyo que le presta la entidad serán suficientes razones para demostrar que en la capital sí se puede progresar y más porque está en “su segunda casa”. 
 
 

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