“La silla de ruedas no me impide trabajar, ser madre, esposa y líder”: Lizbeth, una guerrera con discapacidad

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Bogotá, octubre 5 de 2018. A las 6:00 de la mañana Lizbeth se levanta de su cama, si va a cepillarse el cabello entonces lo hace más temprano, es decir a las 5:30 am. Se mete a la ducha con su hijo de 4 años. Luego su esposo recibe al niño, lo seca mientras ella termina de bañarse, le ayuda a salir del baño; ella se viste y cambia al niño. Entre tanto él va empacando las loncheras de ambos. Luego viene el proceso de salida, subir al carro todo lo que tienen que llevar, no pueden olvidar por nada del mundo la silla de ruedas, pues es lo que moviliza a Lizbeth. Dejan al niño en el jardín y luego se desplazan hasta nivel central de la Secretaría Social, el lugar donde ella trabaja.

Su esposo la ayuda a bajarse, ella ingresa por el Centro Comercial hasta llegar a los ascensores del edificio San Martín. Una vez ahí las ascensoristas le colaboran en la llegada al piso donde la deben sujetar a un mecanismo llamado ‘oruga’ que se adapta a la silla de ruedas y así usar unas pequeñas escaleras que la llevan al piso 16 donde trabaja. Una vez en su cubículo se pone al día con sus obligaciones contractuales. Así transcurre su día a día como servidora pública.

Desde los 7 meses de edad, Lizbeth tiene una discapacidad física como consecuencia de una Poliomielitis que la dejó dependiendo de una silla de ruedas para el resto de su vida. Su familia han sido sus gestores: “Gracias a mi mamá me siento segura y empoderada. Ella siempre me cuidó y se esmeró para que no me faltara nada, que tuviera las mejores condiciones. Me mandó hacer una silla de ruedas para niños porque en aquel entonces en 1980 no existían las sillas pequeñas, eso era raro. Recuerdo que para esos años no se hablaba de discapacidad se hablaba del niño enfermito, de la desgracia de la familia, del castigo que les mandó Dios” comenta sonriente Lizbeth.

Quien cargó con ella durante su niñez fue su mamá. Doña Ruth, tuvo que sacrificar su carrera a los 19 años por ella. Hacer mil cosas, muchas veces por poca plata para que no le faltara nada y darle una mejor calidad de vida a su hija.

“Recuerdo que no me aceptaban en los colegios por mi condición. Una vez por fin encontramos un lugar cercano a la casa. Una institución con el menor número de escaleras. Mi mamá debía estar pendiente, salir de la casa para que me llevara al baño, dejarme nuevamente en mi puesto, regresar al medio día y llevarme a la casa. Así transcurrían los años con la misma dinámica. Realmente a ella le tocó la tarea más pesada, porque los profesores no sabían cómo actuar conmigo y para agravar el asunto, el lugar no era accesible para que yo me movilizara con la silla”, afirma con algo de tristeza Lizbeth.

Los niños eran crueles con ella. Le decían que se parara a jugar con ellos. Le preguntaban porque estaba en esa silla, que ella no era normal como los demás niños. Para Lizbeth verlos correr fue muy duro. Lloró muchas veces en silencio, sola en su cama; tenía que disimular para que su mamá ni mi familia se enteraran lo mucho que sufría con cada palabra que le decían sus compañeritos. “Cuando eres niños dejas pasar muchas cosas, el tema es cuando te vas convirtiendo en mujer y te das cuenta de que a las otras chicas les dan chocolatina, flores, las llaman, las buscan, les proponen ser novias y a ti no. Me sentía fea, poco, atractiva, no interesante y excluida”, narra con nostalgia la mujer guerrera.

Cuenta que una vez cuando tenía 12 años, estaba en una tienda y un señor le preguntó ¿qué que sabía hacer? En Colombia se tiene la creencia que todas las personas con discapacidad tienen alguna destreza, ya sea pintar con los pies o la boca, cantar o bailar con la silla de ruedas. El desconocido quería saber cuál era el talento de ella. Lizbeth comenta que ese señor le marcó la vida para siempre, la puso a pensar como podía explotar un talento… “¿será que me va a tocar pintar un cuadro con las pestañas?”, entre risas se dijo así misma, no sabía qué hacer. Con el tiempo y los estudios descubrió sus habilidades que por cierto eran muy diferentes a los que pensaba el señor.

Cuenta Lizbeth que si el colegio fue duro la universidad ni hablar. Movilizarse era toda una odisea. Estudio diseño gráfico contra todo pronóstico, se graduó y entró a trabajar en lugares pequeños donde fue adquiriendo experiencia en su profesión. Ella confiesa que al único monstruo de su vida que teme, es buscar trabajo; saber que reúne los requisitos, estar segura de lo que sabe y de pronto la ven y no confían en ella, creen que no cumplirá, que vivirá enferma por ser una persona con discapacidad.

Logró entrar a trabajar a la Secretaría de Gobierno. Luego a la Secretaría Social por medio de una convocatoria que hicieron para personas con discapacidad. “No sabía que estaba embarazada; me llamaron hacer unas pruebas y logré entrar a trabajar. Hice parte del proyecto de discapacidad; con mi barriga debía movilizarme para Puente Aranda - Antonio Nariño y laborar en el territorio. Me quedaba pesado porque vivía en La Candelaria. Hoy podría decir que el miedo que me producía subirme al transporte público en aquel momento produjo de alguna manera que mi hijo naciera prematuro; pero en el camino siempre encuentro ángeles, y conté con la ayuda de mis compañeras de trabajo, mujeres bonitas que me ayudaron en todo”, confiesa Lizbeth.

Hoy hace parte del equipo de la subdirección de Investigación e Información (SII), de la Secretaría Social. Es madre, esposa, diseñadora gráfica. Actualmente es secretaria general de la Mesa Nacional de Discapacidad. Es líder, defensora de derechos y la cara amable de la discapacidad. “Bailo, trapeo, lavo, tengo sexo como cualquier persona, Mi discapacidad no involucra la sensibilidad de mi cuerpo. Con esto quiero enviar un mensaje a todas las personas con discapacidad, reconózcanse, descúbranse, identifíquese, empodérense, pero sobre todo sean felices como yo lo soy”, sentenció Lizbeth Rodríguez.

 
 
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