La historia de un hombre trans que se le escapó a la discriminación

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• Este 17 de mayo se celebra el Día Internacional contra la Homolesbitransfobia. La historia de Carlos habla de violencia, discriminación, vida en la calle y transformación.

• La estrategia de empleabilidad y emprendimiento para la inclusión socio laboral de personas LGBTI, de la Subdirección para Asuntos LGBTI de la Secretaría Distrital de Integración Social, busca contribuir en el mejoramiento de la calidad de vida y reducir sus niveles de vulnerabilidad.

Bogotá, 15 de mayo de 2020. Fue el día de su cumpleaños número 15 cuando se despidió de ella para siempre. Se cortó su larga melena y salió de casa para no volver. Ese aniversario, que celebró con una rumba en una discoteca en el centro de la ciudad, fue el inicio de la nueva vida de Helena, que desde entonces sería Carlos.

Apenas un año antes había recibido una puñalada “por tener el pecado encima”, ese de querer llevarle la contraria a la naturaleza, convirtiéndose en hombre cuando había nacido hembra. Sus victimarios: los miembros de la pandilla del barrio en el que vivía.

Hasta los 9 años su infancia transcurrió con tranquilidad en la casas de familia donde su mamá trabajaba como empleada doméstica, hasta que llegaron al hogar de un patrón abusador. “Allá pasó algo feo, el señor intentó abusar de mí. Desde entonces recibí maltrato sicológico por parte de él, que además manipulaba a mi mamá, pero yo nunca tuve el valor de decirle a ella lo que pasaba”. Fue tan tensa la situación que su mamá un día le pidió que se fuera de la casa. Helena tenía 12 años.

Ahora buscaba refugio en la nueva familia que había encontrado en un parche de parceros con los que se sentía tranquilo y aceptado, le daban posada de cuando en cuando y le enseñaron a sortear la dureza de la calle.

Por muchos años estuvo en el Cartucho y en el Bronx, aprendió a robar, sucumbió al consumo de drogas, fue taquillero, reciclador y hasta administró una zona del Bronx.

De vez en cuando Carlos le llevaba dinero y medicamentos a su mamá, pero nunca se quedaba de nuevo con ella. Ya habían completado casi 20 años separados cuando un accidente determinó su reencuentro definitivo. “Un día desperté en el hospital Samper Mendoza. Me había atropellado un taxi, me dañó un pie, ¡Por poco me lo quita! Tenían que operarme pero se necesitaba la autorización de un familiar”.

Cuando ella se enteró del accidente corrió a su lado para acompañarlo. Y desde entonces siguen juntos.

Sin trabajo, sin dinero y con Carlos aún convaleciente, consiguieron una pequeña habitación que compartían con una perrita rescatada del Cartucho. Solo tenían una cama. Las necesidades empezaron a crecer, así que aún en muletas, Carlos comenzó a recorrer las zonas comerciales de Bogotá para vender CD’s piratas, y luego consiguió trabajo en una recicladora. “Ayudaba a clasificar material, pero más que todo me ponían a contar la plata. Me dieron un cuaderno, yo anotaba todo y ellos decían que todo se entendía y las cuentas estaban claras. En ese trabajo me sentía tranquilo porque le brindaba una estabilidad económica a mi mamá… pero volví a la calle”.

Los apuros económicos regresaron y empezó a buscar ayuda. Así, llegó a la Subdirección para Asuntos LGBTI de la Secretaría Distrital de Integración Social. “Sentí esa aceptación y la alegría de ver gente cómo tú que están en oficinas trabajando para que personas como yo tengan acceso a beneficios. Me gustó ver gente humana, cálida, que escucha, que te hace sentir bien, que no te trata de lejitos, sino con cercanía y calor humano”.

Con pocos estudios y sin experiencia formal pero lleno de ganas, asumió el reto de emplearse formalmente por primera vez, la alternativa que le planteó la estrategia de empleabilidad de la subdirección. Allí lo acompañaron durante 2 meses para conseguir entrevistas y lo orientaron para desenvolverse de la mejor manera. Gracias a eso, empezó a trabajar como temporal en labores de limpieza y reabastecimiento de las áreas de cocina en restaurantes y hoteles.

Una compañía de servicios multinacional lo capacitó con un curso a través de su fundación. “Duró 20 días. Para sustentarme me tocó ponerme a reciclar. Iba al curso en el día y reciclaba por la noche. A las seis de la mañana me bañaba y salía de nuevo para el curso. No dormía, con tal de salir adelante”. Y finalmente pasó, lo felicitaron, y le dijeron que “era uno de los mejores, que muy pilo”, dice cargado de orgullo.

Esta experiencia fue su renacer. Atrás quedaron las calles, la violencia, la discriminación… “Me ha cambiado la vida y ahora pienso estudiar. Este año acabo el bachillerato y después quiero estudiar trabajo social para apoyar a personas como yo. Sería como estar en los 2 extremos del camino: yo necesité la ayuda y como trabajador social no miraría a la gente de lejitos. Sería un ejemplo para mostrar lo que he hecho para que otros se animen y vean otra alternativa. ¡Nunca es tarde!”.

*Los nombres de los protagonistas de la historia fueron cambiados para proteger su identidad.
 

 
 
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