El desafío de un hombre trans que dio a luz y lactó a su bebé en medio de la discriminación

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• Máximo Castellanos es una de las 20 personas trans vinculadas laboralmente a la Secretaría Distrital de Integración Social. Él cuenta, en primera persona, su experiencia al haber gestado vida siendo un hombre trans y en medio de las dificultades que tantas veces supone la exclusión a esta población. 

• La Secretaría Distrital de Integración Social, en concordancia con el Plan de Desarrollo Distrital: ‘Un Nuevo Contrato Social y Ambiental para la Bogotá del Siglo XXI 2020–2024’, desarrolla acciones y estrategias para garantizar la inclusión social y el enfoque diferencial.

No tenía panza aún y no había escuchado el corazón de la vida que gestaba en mí, pero ya sabía que sería un embarazo en el que iba a encontrarme, además de la transfobia generalizada socialmente, con un sin número de situaciones de violencia por parte de profesionales de la salud llenos de miedos, de prejuicios y con un profundo desconocimiento de las vidas y cuerpos de las personas con experiencias de vida trans, como yo.

Fui yo quien le anunció al médico que estaba en embarazo. Él, en lugar de iniciar el protocolo de atención prenatal, me mandó a que me valoraran psiquiatras y psicólogos. Para entonces no teníamos más de cinco semanas de gestación… el primer control lo tuvimos alrededor de las 16 semanas de embarazo y nadie en nuestra EPS respondió por eso.

Recuerdo también que, en uno de los últimos controles prenatales, el médico nos vio y nos preguntó: “¿y dónde está la mamita?”.  Sé que ese día Daniela, la que en ese momento era mi pareja, se rompió, dimensionando lo que se nos venía en un país tan violento y tan peligrosamente ignorante como el nuestro.
 

Paternar ha sido y es “la cosa” más hermosa y difícil que he hecho en la vida. En mi caso, tomar la decisión de hacerlo no era una cuestión solo de informarme, haberlo planeado o tener un colchón de dinero. Gestar, parir y paternar, eran hechos atravesados por la discriminación,la violencia y la exclusión social que vivimos las personas trans en Colombia.

Lo que llaman hacer familia fue y es una cuestión de vida y muerte, de lucha constante. Habitar en mi cuerpo una situación como el embarazo, que pareciera ser social y culturalmente imposible para las personas trans, nos hizo enfrentarnos como familia al sistema del cual somos expulsados, para que la persona que en mí se gestaba tuviese acceso a sus derechos.

Luchise tomó cuarenta semanas para nacer. Ni Daniela, una mujer trans, ni yo teníamos idea de cómo hacerlo o de si lo haríamos bien. Dos años después aún no lo sabemos, pero al fin y al cabo ya somos padres.

Al verle por primera vez se asentó en mi vida la realidad de que, así como muchas veces morimos, también se vuelve a nacer. Yo regresé a la vida cuando paría la suya.

Si bien hay una enorme lista de cosas y situaciones que hubiese preferido no vivir estando en embarazo, reconozco que cada una de ellas acuerpó nuestra lucha por los derechos humanos y la vida digna de las personas trans en Colombia y de nuestras familias.

Por primera vez en la historia del país, un hombre trans fue reconocido como papá, con componente sexo femenino, y una mujer trans reconocida como mamá, con componente sexo masculino. Esto gracias a que, pese a la discriminación en oficinas públicas, Dani y yo hicimos incidencia en las instituciones. Nos informamos muy bien, adjuntamos la base jurídica que sustentaba el registro de Luchi y logramos que se materializaran protocolos nacionales para el registro y la identificación de nuestros hijos, hijas e hijes, partiendo del reconocimiento de nuestra realidad familiar ante el Estado, la de una mujer y un hombre, ambos trans, que decidieron traer una hija al mundo.

Luchi no había cumplido el primer mes de vida y estaba poniendo patas arriba los sistemas de la Dirección Nacional de Registro Civil para ser reconocida e identificada como nuestra hija. No podía estar más feliz y orgulloso de mi creación y su poder, y al mismo tiempo no podía estar más aterrado de todo lo que seguiría.

Muchas veces nos vieron y trataron con asco y desidia, nos escupieron al pasar, nos preguntaron si llevábamos un perro en el coche. Tantas veces han querido despreciar nuestra vida, reducirnos, doblegarnos, pero qué curioso que ha sido y es nuestra propia existencia, nuestro mismo cuerpo, lo que les calla la boca.

Sé bien que ningún padre o madre me llevará la contraria al asegurar que estamos dispuestos y dispuestas a todo por nuestras crías. Pienso que muy pocos podrán comprender la angustia de un hombre que debe lactar a su bebé en un Transmilenio, así como tampoco el temor constante de que, justificándose en el imaginario social de que las personas trans no podemos tener bebés, nos arrebaten a Luchi de los brazos como nos arrebatan la vida.

Ser una persona trans en Colombia es un asunto de vida y muerte. La discriminación se traduce en exclusión social. De forma general, en Colombia los hombres y las mujeres trans y las personas no binarias vivimos en un círculo de pobreza impuesta y exclusión social estructural que nos expulsa de todos los sistemas sociales desde nuestra niñez al no ser lo que se espera que seamos.

Si bien en América Latina y El Caribe las personas trans tenemos una media de vida de 35 años, en Colombia esa expectativa se reduce a 28. A mí me queda un año para superar la estadística. Mentiría si escribo que no temo ser asesinado.

Dani y yo tenemos muy claro en nuestro corazón que ser personas trans visibles, ser activistas por los Derechos Humanos y vivir en Colombia es ponernos triplemente en riesgo.

Sin embargo, sabemos que cada día luchado es un día más cerca de lograr nuestro objetivo, que no es otro distinto al de vivir. Yo como hijo, y ahora como papá, sin saber si podré acompañarle a atravesarlo todo, reconozco la travesía que me espera por delante junto a Luchi y no deseo nada más que estar vivo para verle crecer libre y feliz.
 

 
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