Los ángeles que salieron del ‘Cartucho’ para salvar vidas

Imprimir

 

 
Bogotá, marzo 8 de 2019. Bernarda y Nury, tienen mucho en común a pesar de llevarse más de diez años de diferencia. Fueron criadas con dureza, en aquella época en la que se creía que la “letra con sangre sí entra”. Vivieron y crecieron en el Barrio Santa Inés, que se convirtió con el tiempo en el temible ‘Cartucho’, y ambas salieron de aquel barrio a finales de los años 90, durante la primera administración del alcalde, Enrique Peñalosa quién, en aquel entonces, decidió intervenir aquel sector en el que la mafia del microtráfico dominaba e imponía con terror sus propias leyes. 

Recuerda Bernarda que ella y su familia abandonaron aquella antigua casa a la que su madre había llegado a vivir en arriendo 42 años atrás. Decidieron acudir a un alojamiento transitorio ofrecido por la Alcaldía en el que permanecieron por un año con acompañamiento psicosocial, mientras lograban su reubicación. Se fue feliz porque sabía que era el cambio que necesitaba para darles una mejor calidad de vida a sus seis hijos.
 

Nury había crecido sola en aquellas calles desde que había escapado de su casa con apenas 5 años. Vivió y sufrió en carne propia el dolor de 39 años de drogadicción, tiempo en el cual fue madre de 3 hijos. Los 2 mayores fueron criados por su madre porque en esa época su adicción no le permitía hacerse cargo de ellos y no podía brindarles una buena vida. Cuando tuvo a su tercer hijo quiso tenerlo junto a ella pero siendo un bebé de 11 meses se lo arrebataron y nunca volvió a saber de su paradero. A pesar de dar aviso a la policía no le creyeron y nunca recibió apoyo para buscarlo.

Cuando habla de ese episodio se le hace un nudo en la garganta y las lágrimas se asoman en esos ojos cafés que ya lo han visto todo. Después de la intervención del ‘Cartucho’ ella decidió ingresar a la comunidad terapéutica claretiana. Con ayuda y pura voluntad y decisión logró vencer su adicción para empezar de nuevo.

Y fue en aquel periodo en el que Bernarda y Nury cruzaron otra vez sus caminos, cuando el antiguo Departamento Administrativo de Bienestar Social, hoy Secretaría Distrital de Integración Social, las contrató para trabajar con la población más vulnerable: los habitantes de calle.

Su elección no fue al azar, ellas tenían el talento, el conocimiento, el valor y las ganas para enfrentar el reto de sacar de las calles a quienes se entregaban vencidos por la tristeza, la soledad y el abandono al vicio.

Ellas no lo dudaron, no tenían temor, al principio, tal vez, solo algo de timidez y eso sí, muchas expectativas. No importaba tampoco a dónde tuvieran que ir, ni la hora, ni el día, pues salvar una vida no tiene horario.

No sentían asco, ni prevención, sabían que estaban frente a seres humanos que necesitaban una palabra cariñosa, un abrazo, unos oídos que escucharan sus historias o simplemente contarle a alguien que estaban enfermos y que tenían miedo.

Bernarda ya lleva 19 años, recorriendo las calles y ofreciéndoles atención a los habitantes de calle. Sacó adelante a sus hijos, se hizo bachiller, ha tomado varios diplomados y no duda en afirmar lo mucho que ama su trabajo que para ella ha sido su mejor bendición. El respeto y la confianza son la base de su relación con esta población y es categórica al afirmar que eso no es sinónimo de alcahuetería.

De las situaciones que más le llegan al corazón son aquellas en las que las familias buscan con desesperación hijos, nietos, hermanos, esos seres queridos que las drogas y la selva de cemento les han robado. Dice que quisiera ayudarlos a encontrarlos de inmediato para aliviarles ese dolor y esa impotencia que no dan tregua.

Cada día le trae una enseñanza, la mayor ha sido la importancia de no juzgar a nadie, porque nadie sabe qué llevó a una persona a habitar las calles y qué historias realmente hay detrás, porque no todas tienen que ver con una adicción. Muchas de ellas son consecuencias del desamor, el maltrato, pérdidas de personas que amaban, pobreza o de ese exceso de dinero que no compensó la falta de atención y cariño.

Nury este 2019 completará 20 años de trabajo. Los últimos ha estado exclusivamente en el Centro de Atención Transitoria. Ya no trabaja en calle porque sus rodillas no se lo permiten, hoy tiene 61 años y hace menos de 3 se graduó como bachiller. Cuenta con una sonrisa que sacó el mejor puntaje en inglés, en la prueba del ICFES, sus 2 hijos ya son adultos y tienen sus propios hogares. Se reencontró hace 8 con sus hermanos y sus padres, tuvo la fortuna de reunirse con su papá antes de que él falleciera y hoy aporta para el sostenimiento de su madre que ya tiene 91 años y vive en el Huila. El perdón los unió y los reconcilió y eso le ha dado mucha alegría a su existencia.

Este año le entregaron su apartamento para estrenar en el municipio de Soacha. Saca su celular y muestra la foto que le tomaron abriendo la puerta de su hogar, ese que se convirtió en el fruto de su trabajo y que muestra orgullosa porque dice que de vivir en un cambuche por muchos años pasó a apagar arriendo en una habitación y ahora a ser la propietaria de un apartamento de 2 habitaciones que comparte con la familia que la ha acompañado siempre: sus perros de quienes habla con ternura.

Es la primera en llegar desde las 5:30 de la mañana al Centro de Atención Transitoria, cuenta que sus compañeros de trabajo la obligan a irse cuando ha terminado su turno y ella continua allí, en la lucha con quienes desean abandonar las calles para empezar a vivir de nuevo, el centro es su segundo hogar, el que la da sentido a todo, y los habitantes de calle son como su sangre. Por eso tener la oportunidad de ayudar a salir adelante a otros que viven el drama que ella vivió es lo mejor que le ha sucedido y lo agradece todos los días.

Bernarda y Nury son mujeres valerosas que hoy gozan de gran respeto y admiración no sólo por los habitantes de calle, también por sus compañeros de trabajo y se han convertido en el ejemplo de sus familias. Ellas son la representación de las mujeres que afrontan con valentía la vida, que pasan por encima de los prejuicios, que se deprenden de los miedos, que demuestran la fuerza y la determinación de las que están hechas y que con toda su humanidad se decidieron a salvar a otros seres humanos, ellas hacen parte de nuestros Ángeles Azules.

 
Facebook