Costuras y diseños que le apuestan a la esperanza, el amor y los sueños lejos de las drogas

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Bogotá, mayo 6 de 2019. Íngrid Mireya Ramírez afirma que la pérdida tan temprano de su madre y una decepción amorosa, fueron las razones más relevantes que la llevaron a tocar lo más profundo del mismo “infierno de la droga”.

Ella tiene actualmente 29 años. A partir de los 11, la vida le cambió cuando murió su mamá. A pesar de continuar con sus estudios y presentar las mejores notas académicas, llegaron las amistades que no trajeron más que malos caminos y decisiones que marcarían su vida para siempre.

Las calles y el primer ‘porro’ de marihuana le dieron la bienvenida a un rumbo sin salida en las drogas. “Empecé a fumar, nadie me dijo o me enseñó, yo compraba el moño, yo lo pegaba, yo la conseguía. Luego vinieron otras drogas que iban cumpliendo con esa satisfacción mental y sensorial que necesitaba”, menciona Íngrid.
 
 

En el ir y venir por las calles, conoció una chica que le gustó mucho y a quien empezó a ‘caerle’ como dice ella, refiriéndose a hablar con ella y enamorarse por completo. “Esta mujer era mayor que yo, tenía algunas cosas malas de la cuales fui aprendiendo”, dice Íngrid tratando de recordar algo de ese pasado.

Su paso por las calles la llevó al ‘Bronx’ en donde fuera de consumir, consiguió algo de trabajo. “Si trabajo se puede decir cuando te encargas de armar moños de ’bareta’ para vender”, menciona Íngrid.

Aunque en su momento el bazuco no la motivaba a fumar, si vendrían para ella momentos difíciles en su relación afectiva que finalmente la llevarían a fumarse ese primer cigarro que dio inicio a la perdición total en la droga.

Del ‘Bronx’ quedaron muchas historias y situaciones terribles que observó y escuchó, las cuales no le desea a nadie vivir en persona. Allí el horror de la muerte, las violaciones, el maltrato y demás situaciones inhumanas eran la constante que tenía que afrontar pero de las cuales solo el silencio era el mejor aliado en ese lugar.

“Tuve una pelea con mi pareja y eso me llevó al desespero. No sabía fumar bazuco pero mi tristeza me llevó a probarlo, de ahí en adelante, solo quería soplar y soplar todo el tiempo porque eso me hacía olvidar de mi ‘traga’, y yo no quería saber más de esa relación”, dice.

Así pasaron 6 años en el consumo. Su cuerpo deteriorado y maltratado por vivir en la calle, le pedía a gritos parar con tanta droga. Hasta que un día, como ella afirma, desde el cielo llegaron los ‘Ángeles Azules’ a su vida.

“De ellos se escuchan muchas cosas en la calle, que son un grupo de personas que hablan con los habitantes de calle y nos ‘terapiaban’ es decir, nos insisten a dejar la vida que se lleva en el consumo y nos invitan a dar el paso para volver a empezar un nuevo camino. Pues ese día, me tocó el encuentro con los ángeles, y así darle fin a tanta esclavitud en la droga”, recuerda Íngrid quien se toma un segundo para reflexionar y agradecer por el cambio de vida que tiene actualmente.

Ese día, aceptó la invitación a los hogares de paso. Inició en el IDIPRON en donde retomó de nuevo su aseo diario, algo que había dejado atrás por mucho tiempo. Aprendió nuevos hábitos de vida y entre ellos decidió retomar algo de estudio. De ahí la vinculación a un curso inicial en marroquinería el cual le llamó la atención.

“Aproveché, me inscribí y pues empecé a cortar telas, manejo de máquinas como collarina y tres agujas, enhebrado de hilos, manejo de pedal, utilización de agujas y diseño, entre otras cosas. Me gustó tanto este oficio que ahora me divierte y me da herramientas para seguir adelante”, resalta.

Cerrando heridas

Íngrid Mireya, hoy mayor de edad, está vinculada al Centro de Atención Transitorio de la Secretaría de Integración Social en donde lleva un proceso de recuperación personal con el acompañamiento psicosocial y cada día aprendiendo más para su nueva vida, a través del Centro de Desarrollo de Capacidades, un espacio para el fortalecimiento a nivel educativo, en donde los exhabitantes de calle, en proceso de recuperación, adelantan formación en artes y oficios brindando herramientas importantes para la inclusión social y laboral.

Allí Íngrid Mireya se vinculó a los cursos actuales y sigue reforzando sus conocimientos en el arte de la marroquinería, gracias al proceso de aprendizaje que adelanta el SENA en el hogar.

Actualmente, el Centro de Desarrollo de Capacidades tiene cursos de formación para ciudadanos habitantes y exhabitantes de calle, quienes reciben los servicios en los centros de atención de la Secretaría Distrital de Integración Social.

Para este segundo bimestre del año, se da inicio a los cursos de marroquinería a través del aula móvil la cual es una estrategia del SENA para poder llevar procesos educativos en diferentes lugares. Así mismo, se realizan talleres en mantenimiento de bicicletas, limpieza y mantenimiento de superficies, soldadura, sistemas y capacitación para labores en Call Center.

Alrededor de 150 beneficiarios, se vinculan a los procesos de formación, en donde reciben una formación académica con una intensidad horaria, de 20 a 40 horas, la cual incluye práctica y teoría.

“En el taller de marroquinería, en donde Íngrid está vinculada, se adelantan acciones como conocimiento y parámetros de diseño, patronaje, corte y ensamble de elementos con materiales textiles y cueros. Colocación de herrajes y conceptos de calidad”, resalta Viviana Izquierdo, promotora social del Centro de Desarrollo de Capacidades y quien acompaña el actual proceso de Ingrid Mireya.

Íngrid continua muy feliz en su proceso. Las relaciones familiares se van afianzando. La mente y el cuerpo, sanando las heridas del pasado están dispuestos a recibir todos los proyectos y metas que ahora se asoman en el camino. La costura y la marroquinería es la motivación constante para ella quien espera conseguir un trabajo relacionado con esta área y poder crear muchos diseños que vayan a la vanguardia de la moda.

 
 
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