Quien visita la Subdirección para la Integración Social de Tunjuelito y el CDC Pablo de Tarso, no puede evitar comprarle a Eduardo Ramírez Solano, algunos de los productos que ofrece en su puesto
de dulces o “chaza” como se le denomina comúnmente en las comunidades.
A sus 82 años narra con algo de nostalgia las maravillosas épocas que vivió cuando era joven y recién llegó a la capital del país, proveniente de la ciudad de Manizales. En esa momento estuvo vinculado como empleado del Ejército, empleo en el que duró cinco años, luego se especializó en el SENA como maestro de obra, curso que le permitió trabajar en reconocidas empresas de la construcción y le dieron la posibilidad de tener una calidad de vida económicamente buena, que desperdició por la bebida- cuenta con cierto arrepentimiento.
Como consecuencia de la vida desordenada que llevó, según lo expresa, su salud se fue desmejorando, hechos que sumado a su avanzada edad, hicieron que las posibilidades de trabajar como maestro de obra se esfumaran, igualmente las comodidades que había logrado mantener las perdió por el resto de su vida.
Sin otra alternativa decidió instalar un puesto de dulces en la Universidad Javeriana pero sus quebrantos de salud le impidieron la movilidad y el desplazarse en bus desde su casa, sin otra alternativa acudió a pedir ayuda al IPES, entidad que le entregó el puesto de dulces que actualmente tiene y se la ubicó en el Hospital de Bosa.
Cuenta Eduardo, que lleva un mes de tener su puesto ubicado en el CDC Pablo de Tarso donde se siente apoyado. A pesar de tener su puesto en un lugar estratégico manifiesta que las ventas en el sur no son tan buenas como lo eran en la Universidad Javeriana por quedar en el norte “el norte es norte”, dice con una sonrisa que le deja ver los escasos dientes que le quedan.
Su voz se ahoga cuando habla y trata de aclararla con la tos que le genera el esfuerzo que hace para hacerse entender y escuchar, secuelas de la trombosis que padeció años atrás afectándole todo el lado derecho de su cuerpo, enfermedad que lo dejó impedido para mover la pierna, el brazo y la mitad de su cara. Entre respuesta y respuesta saluda a su clientela con una sonrisa y continúa con la entrevista confiando en que le depositarán el dinero de la compra en la cajita de cartón que le queda justo a una distancia para tirar las monedas debido a su incapacidad.
A pesar de sus dolencias y achaques de la edad, cuando se le pregunta sobre sus amores del pasado su rostro se ilumina con una mirada llena de picardía con la que resalta el brillo de sus seductores ojos azules que lo delatan. Tapándose la boca con su mano izquierda nos deja ver la alegría que le produce el tema y después de coger aliento nos confiesa: “fui muy coqueto, mi mujer me celaba, pero fui muy respetuoso con ella…nunca me separé de mi mujer, vivimos juntos hasta que ella murió”, con un dejo de tristeza continua, “tengo seis hijos que me tienen olvidado y diez nietos que ya no les entiendo lo que hablan, me saludan ‘quibo cucho’ -se ríe- la única que me ayuda es mi hija mayor y vivo con ella en el barrio Isla del Sol, al resto de mis hijos los tengo demandados para que me ayuden”. Frente a la pregunta sobre su manutención reporta que cuenta con el bono de Integración Social.
“Me bebí todo lo que producía, ahora no me tomo ni un trago, pero tampoco tengo salud. Yo desperdicié la vida, sabe por qué, porque nadie piensa en la vejez, eso es un gran error. Yo tuve mucha plata y me la bebí, nunca pensé que iba a quedar tan mal económicamente”.
Eduardo termina la entrevista diciendo “les voy a decir muchachas que yo me siento muy agradecido con el Estado, con la Secretaría de Integración Social por todos los servicios, sino quien sabe cómo viviría, pero no les puedo negar que me siento mal de salud”.
Por Cristina Monsalve
Dirección Territorial