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Obed salió del canal ‘Los Comuneros’ a los brazos de sus hermanas: reencuentro tras 38 años de infierno

 

 
Bogotá, julio 22 de 2019. Desorientado aún por los trajines del operativo Obed solo atinó a mirar al Ángel Azul a los ojos. No entendía sus preguntas. No entendía siquiera que hacía en el lugar, con otros habitantes de calle como él.

“¿Don Obed, ¿tiene familia?,¿recuerda dónde contactarlos?”. Muy adentro de sus memorias y a pesar de tener dificultades para recordar datos, Obed se transportó por allá al año 81, cuando salió corriendo de Medellín, con una mochila con apenas un par de prendas y su cabeza llena de confusión y trajo consigo el número de una de sus hermanas.

“2676484”, respondió con algo de duda. Minutos después Gloria, una de sus 13 hermanos, le contestó al Ángel Azul. Habían pasado tres décadas para escuchar de nuevo su voz.

“Llegué acá a Bakatá el jueves, que hicieron el operativo en Los Comuneros, a las 2 de la mañana. Por la mañana me llamó la señorita Sandra Flórez a conversar, y me dijo que si me podía comunicar con alguien, que si sabía algún número. Entonces yo me acordé del número de la casa de mi hermana, quien quedó como mayor cuando mi mamá murió y yo me comuniqué y ella me la pasó y para mí fue una alegría y a la vez una enorme tristeza. Ella me preguntó qué quién era yo, y le dije que Obed, y me dijo que cómo así y se puso a llorar y seguimos charlando y yo al final no fui capaz y le pasé a la doctora. Sentía una alegría y al mismo tiempo se me quería partir el corazón, de pensar todo el tiempo que estuve sin ellos por la droga”, asegura Obed, minutos antes de ver, de frente y sin barreras, a sus hermanas.
 
 

Han pasado 10 días desde que Obed decidió salir del canal Los Comuneros, del infierno, de la droga, y está a poco de encontrarse con su nuevo destino: su familia.

Gloria, su hermana, tras escucharlo por teléfono decidió venirse, desde Medellín, con Luz Mila, otra de las hermanas de Obed y quien lo daba por muerto.

Ellas, no sabían nada de él desde que había escapado de Medellín pocos días después de que falleció su mamá. Eso, según él, lo llevó a las calles, al vicio, a vivir una vida de ultratumba.

“Después de que mi mamá se murió había mucho disgusto en el hogar y empecé con las drogas y como en Medellín no se podía fumar porque mataban al que estuviera metiendo droga o durmiendo en la calle, me fui para Barranquilla. De ahí salí para Ciénaga (Magdalena), de donde escapé corriendo porque un día un caimán casi me traga por meterme a soplar a un barco abandonado. Llegué a la ‘Calle del Cartucho’ y empecé a exagerar con el vicio. No comía, dormía en las calles y aunque empecé un proceso, cuando me faltaba poco en un permiso no volví y me fui para el Bronx donde trabajé en una chatarrería hasta que me robé una plata”, recuerda Obed, quien pasa rápidamente del llanto a la risa. Los nervios lo invaden y cada vez que suelta una carcajada, recuerda que no tiene dientes, no por vicio, sino por una paliza

“Estaba en la carrilera, ahí en el barrio Santa Fe. Allá también era una olla de vicio y seguí metiendo vicio y durmiendo en la calle. Una noche llegaron como ocho ‘gomelos’ y empezaron a patearme y a golpearme con puños y palos. No entendía nada y cuando intenté buscar ayuda, no había nadie y veía era volar mis dientes por el aire. Me patearon como 20 minutos y cuando terminaron, en vez de irme al hospital me fui para donde uno de los vecinos y le dije que me había pasado eso, porque iban a robarse el contador del agua y yo no lo había permitido. Me dio plata y con eso seguí drogándome”, dice Obed, quien cuando escapó de Barranquilla, se metió 52 ‘pencas’ de bazuco, como las llamaban allá y sintió que nunca iba a terminar de recorrer el Puente Pumarejo. Casi se bota del susto.

A pocas horas de un nuevo comienzo

El avión aterrizó. Más angustiadas que Obed, quizás, se bajan Gloria y Luz Mila, hermanas de Obed, y Jackeline, una de sus sobrinas. Soportan el sol picante de Bogotá con la ilusión y la única esperanza de ver a su hermano. Quedan apenas minutos para una cita que postergó el destino y las malas decisiones.

Al llegar a Bakatá no pueden disimular su emoción. Suben las escaleras rápido, como si acelerando el paso fueran a borrar tantos años de sufrimiento y angustia. Angustia de no saber qué había pasado con su hermano. Sufrimiento de no poder contarle las cosas que las han agobiado por décadas.

Segundos después de ingresar al salón, donde Obed espera sentado, se escucha un fuerte grito de alegría. Obed reconoce a Gloria y se bota a sus brazos. Los de Luz Mila los rodean a los dos y las lágrimas no cesan. Es un momento sublime para los tres. Una familia, una esperanza, un amor inquebrantable se manifiestan. Obed está de nuevo con los suyos.

“Un milagro, es un milagro de Dios”, repiten Gloria y Luz Mila mientras lo consienten como a un niño. Esas caricias llevaban años esperando.

“Lo veo divino, divino. Nunca pensé imaginármelo de esta manera. Me lo imaginaba como estaba: perdido. Pero así de esta manera, mejorcito. Cuando me llamaron pensé que era un robo o algo así, pero cuando lo escuché no podía moverme de donde estaba, se me movió el mundo y más que me habían intentado cambiar el número de teléfono hace un mes y yo no sé por qué, les dije que no, que en ese número era donde me conocía la gente”, asegura Gloria, mientras le aprieta las manos. Pareciera que no lo quisiera soltar nunca más. Teme perderlo de nuevo.

“Lo veo muy cambiado, pero con las mismas facciones. Él era un niño muy lindo, muy organizado, muy puestecito como hombre. Al menos no lo vi como un gamín, nunca lo ví por ahí deambulando. Ahora solo quiero que esté bien”, dice Luz Mila. Es un poco más fuerte aparentemente. Su escudo engaña, al segundo, sucumbe antes las lágrimas.

Obed no sale del asombro. Llora y ríe al tiempo. Es como si una avalancha de emociones lo abordara sin tiempo de respuesta. Sin embargo, concluye siempre, en cada una de sus palabras, que todo se trató de Dios y su milagro.

“Hace como un mes llegó un ‘man’ todo cachaco y me llevó a una fundación a Patio Bonito. Allá se oraba dos veces al día y había una cadena de oración de 10 de la noche a las 4 de la mañana y mi oración era siempre pidiéndole y llorándole a Dios para que yo me reencontrase con mi familia, que me comunicara con ellos. Esa era la oración imagínese. Y como que mi Diosito me sacó un día para que me despidiera del diablo, porque yo salí de esa fundación y me fui para Comuneros y no alcancé a fumar mucho cuando yo me vi rodeado de gente y eran los Ángeles Azules y me parecía una película. A lo último salí y vi que ya no había sino una última camioneta y salí y me vine para acá, y me llegué a bañar a las 2 de la mañana y me acosté y ya cuando al otro empezó todo este sueño que no termina”, sentencia Obed, quien espera que su historia le sirva de ejemplo a otros como él, para que no solo se den una oportunidad con la vida, sino con sus familias.

El principio del fin no será fácil. Debe afrontar cerca de 9 meses un proceso de recuperación para regresar con su familia. Gloria, Luz Mila y Jackeline, regresarán esta misma noche. No les importó verlo tan solo unas horas. Ese tiempo les devolvió años de desasosiego y les dio una nueva esperanza. ¡Vamos Obed, sí se puede! 

 
 
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