Eran las 6 de la tarde, la fuerte lluvia y el frío le abrían paso a una noche más en la ciudad. Mientras tanto en el Centro de Acogida de la Subdirección para la Adultez de la Secretaría
de Integración Social, se preguntaban unos a otros a qué se debía la elegancia, las bombas y la música que rodeaban el lugar, la curiosidad de muchos dio para especular si era que tal vez se esperaba la visita de algún famoso, o se preparaba una fiesta. Este ir y venir de palabras, se acompañaba por unas leves notas musicales que salían del segundo piso de la biblioteca. El sonido de una flauta, un violín y otros instrumentos se combinaban en una melodía un poco desafinada que llamaba la atención de todas y todos.
Era la hora de la merienda y el comedor se encontraba cerrado para todos, pero por una pequeña puerta ingresaban sillas, flores, velas y bebidas especiales. Era tan curioso todo lo que estaba pasando pero nadie tenía respuesta a lo sucedido.
Afuera en los pasillos, alrededor de 350 ciudadanos y ciudadanas habitantes de calle, participantes del Centro de Acogida Óscar Javier Molina, esperaban el llamado de los coordinadores para organizarse y pasar a la comida. Eran casi las 6:30 p.m. del día jueves 20 de noviembre y hasta ese momento todo era normal. Sin embargo, de un momento a otro, las puertas del comedor se abrieron y dos mujeres, promotoras sociales del centro, elegantemente vestidas para la ocasión, invitaban a ocupar el escenario que ese día se encontraba decorado de manera especial. Algo inusual sucedería a continuación.
Los primeros espectadores caminaron en medio de las flores, acompañados por la luz de unas velas blancas que iluminaban el salón. Las sillas ubicadas en el sitio esperaban ser ocupadas por los habitantes de calle para que como invitados especiales, escogieran la mejor ubicación y de esta manera, poder deducir el por qué de tanto misterio.
De repente, por los pasillos del recinto apareció un desfile de músicos. Cada uno de ellos cargaba un instrumento en la mano, estaban muy elegantes; las mujeres con vestidos de fiesta, los hombres con adecuados atuendos, transitaban hacia el escenario.
Todos en el salón quedaron en silencio y solo se observaba cómo estos músicos se disponían a demostrar su arte. Unos decían que eso es pura “música clásica, de esa que escuchan solo los ricos”, otros trataban de prestar atención para no perderse nada de lo que acontecía en el lugar. Transcurrieron unos segundos de silencio, luego de los cuales el director de la orquesta dio la indicación para arrancar con el espectáculo musical que estaba preparado. El sonido de los casi 30 instrumentos se entrelazaron para iniciar una hermosa canción colombiana que animó y dejó a muchos asombrados por tan hermosa combinación de cuerdas, vientos y percusión.
Se trataba ni más ni menos que de la Orquesta Filarmónica Juvenil de Cámara de Bogotá, quienes entregaban su talento para llevar cultura a estas personas que en su mayoría tiene pocas opciones de disfrutar de estos eventos. La emoción invadió muchos rostros, los aplausos no se hicieron esperar, la alegría y euforia de los asistentes era especial. “Es emocionante ver este espectáculo musical, ellos tocan perfecto y es un honor para mí poder estar acá, compartiendo con mis amigos esta alegría”, decía uno de los participantes, que no pudo esconder las lágrimas de alegría.
El show, que duró más de una hora, puso a vibrar a todos. Las notas colombianas, las melodías de Mozart, Beethoven y Back, estuvieron presentes, los violines y las flautas armonizaban la gala para hacer de esa, una noche inolvidable. Al finalizar la presentación, no se hicieron esperar por parte del público los ‘otra, otra’, en cariñosa contraprestación a la orquesta por el maravilloso momento vivido.
John Freddy Díaz
Subdirección de Adultez
Secretaría de Integración Social