Marta Isaza se ha tragado la vida a fondo, a sus sesenta y dos años, recapitula su vida y en un solo sorbo cuenta que pisó la cárcel más de diez veces, consumió una fortuna en bazuco, durmió en las “ollas” y está viva
de milagro.
Esta paisa llevaba una vida normal con un matrimonio estable e hijos. Vivió ocho felices años en Barranquilla, nunca había montado en bus, porque siempre tuvo carro; luego se trasladó a Venezuela con su familia, pero toda cambió un día por el bazuco; así sin proponérselo, con solo probarlo le cayó la mala hora encima y solo logro rehabilitarse hace cinco años en el Centro de Desarrollo Personal Integral “El Camino”.
Hoy su vida cambió. Marta explica, con sus manos expresivas y su voz gruesa, “estoy limpia gracias a todos los servicios que he recibido”. Vive en una pieza de alquiler, recibe un bono, ha asistido a comedores en el barrio La Favorita y está integrada a los servicios de la SDIS. Su caso –son muy pocas las que salen del vicio- es excepcional porque dedicó los mejores años a consumir bazuco.
Con la mirada fija evoca los momentos buenos y malos y, con un hablar rápido rememora haber vivido una vida de película. Después de tener tres hijos y separarse de su esposo, vivió en países como Egipto e Irak, donde andaba en limosinas, “allí llegué como bailarina de un ballet español”, explica mientras se mira sus uñas doradas mal arregladas. Todos los regalos que le hizo un egipcio como joyas y dinero, se los “sopló” en bazuco, así se devolvió al país llena de regalos que volaron como el humo.
Persiguiendo sueños de papel
El egipcio se quedó esperándola porque en Colombia a su regreso se dedicó a expender droga en la Zona Rosa, “en esa época fui mechera o escapera, vendía bichas y tenía mi clientela. Fui múltiples veces a cárceles como la de Acacias, el Buen Pastor, eso no me importaba. El encierro más largo que he pasado es de once meses”, expresa con ojos húmedos.
Se alza su blusa y muestra las heridas de cinco tiros que recibió en la Calle 85 de Bogotá, que tuvo como autor intelectual a un cliente que no le quería pagar la droga. La recogieron en el suelo y la llevaron a la Clínica Country donde le salvaron la vida, estuvo internada hasta salir recuperada y volvió a las andadas. Conoció a clientes de alto perfil a quienes les proveía el vicio.
Se enamoró de un costeño “jíbaro” con quien tuvo su última hija, a la que no conoce hoy, y de ella lo único que sabe es que es ingeniera de sistemas y que vive en Japón. La “oveja negra de la familia”- como ella se califica- “pero buena de corazón “, rodó por todas las ollas de Bogotá, donde se radicó definitivamente para consumir bazuco y alejarse de su familia.
Lo único que hacía era consumir hasta ocho días seguidos. Se trató de suicidar varias veces cuando la metían a rehabilitación porque en algunas partes “me trataban como si estuviera loca, cuando yo quise y tuve la voluntad yo misma insistí en rehabilitarme y salí adelante porque fue mi voluntad” explica Marta. “Mire, de cien personas salen cinco del vicio, esto no es fácil. Ahora no acepto ni que me inviten a un trago, porque mi voluntad es estar sana”, afirma enfáticamente.
Un mal matrimonio, un hombre que le pegaba y las ganas de vivir, fueron el detonante para andar en la calle. “Si no me morí en Egipto que caían bombas pues menos ahora en estas calles que conocí y en donde me la jugaba por una bicha”, explica Marta, hija menor de una familia paisa de siete hijos, todos con buenos principios.
Amante de la buena cocina y la buena vida, conoció los mejores lugares de diversión. Nunca ha llorado por amor y hoy puede decir que ese sentimiento ni existe. En su primer matrimonio recibió golpes y siempre tenía los ojos morados, pero con el `jíbaro` le fue mejor, jamás le alzó la mano y la respetó.
Su decepción más grande la recibió cuando fue a visitar a Medellín a su familia y su mamá no la quiso recibir. Sus hermanas la ayudan de vez en cuando y la han perdonado. Cuenta que no supo cómo se levantaron sus hijos, no conoce a sus nietos y desperdició los buenos momentos y oportunidades que tuvo. Su primer marido murió y del segundo no sabe nada.
Su éxito fueron sus piernas largas, era alta, delgada y de pelo claro, por donde se entrevén algunas canas. Rememora cada frase con ese especial acento paisa y da a los jóvenes un buen consejo. “No consuman marihuana porque por allí se empieza y cuando atenaza la ansiedad se cambia de droga y de allí no se sale, no prueben, ni busquen lo que no se le has perdido porque encontrarán un infierno sin salida, un túnel negro en el que solo la voluntad logra que uno salga”. Lo expresa con una seguridad de quien sabe lo que está diciendo.
La realidad del presente
Ve a diario a personas consumidoras en el barrio que le dicen que ahora se cree una doctora, pero no les regala plata porque sabe que si lo hace contribuye con su ruina. Quiere poder reconciliarse con sus hijos y dice haber perdido todo, detrás de malas decisiones que arruinaron su bienestar.
Vive una vida corriente, se levanta temprano, se hace su desayuno y empieza a vender, hoy sí, mercancía como lencería, esmaltes y toallas, todo lo que le encarguen en el barrio ”La favorita”; su clientela la conoce y le da un producto estricto que le sirve para sus gastos, no le queda para ahorrar, pero no pasa hambre, ni necesidades, no añora nada del confort en el que vivía y dice tener la fortaleza para continuar su vida limpia y sola como ahora la eligió.