Lo supo al mes, y al saberlo la invadió una risa nerviosa. Se imaginaba cuadrada y caminando extraño. Su esposo quedó mudo y pálido; con una palidez que no se le quitó en una semana. “Yo quería ser mamá , pero nunca pensé que tendría tres de un solo tacazo”, dice Flor mientras impide que Manuel pinte en la pared, Andrés le jale el cabello y Jazmín se baje de la silla donde está comiendo.
Todo en la casa de Flor se multiplica por tres. Tres sillas de bebés, tres camas de bebés, tres caminadores de bebés, tres vajillas para bebés. Todo se cuenta en tres. Hasta los rayones en las paredes se cuentan en tres.
Viven en el segundo piso de una casa de la localidad de Suba, una casa como tantas otras: de dos pisos con terraza; con figuras geométricas decorando los techos, paredes opacas de colores pastel y pisos de baldosas que dan la impresión de madera. Una casa con un sonido particular: una mezcla de risas, gritos y llantos que se armonizan con el cacarear de los gallos criados en la terraza y un televisor que hace muchos meses solo sintoniza canales infantiles.
Allí Flor nunca para, siempre está en alerta, va de un lado para el otro. Se sienta, se levanta, ofrece un tinto, lo trae, alza a uno, sienta a otro, ataja a la última. Parece que reinara el caos, sin embargo lo que allí existe es otro orden, uno en el que Flor actúa con precisión de relojero.
Flor tiene 35 años, la satisfacción de un hogar estable y la fortuna de tener a sus trillizos saludables. Pero el inicio no fue fácil: “Vomitaba todo el tiempo. En los buses, en la casa, en el trabajo. No podía comer casi nada, porque lo vomitaba”, dice.
Muchos eran sus miedos. Al fin y al cabo, no es fácil enterarse de un embarazo múltiple, ser atendida por nueve médicos pediatras, hacer parte de los casos de alto riesgo; pensar en el futuro y no tener una economía estable para sostenerlo.
“Yo trabajaba en una oficina y mi esposo en el Acueducto de Bogotá. Yo trabajé hasta el quinto mes de embarazo porque en ese mes nacieron mis bebés. Luego de eso vivimos solo con el sueldo de mi esposo y ¡claro! lo económico ha sido difícil, un solo sueldo se nota”, dice Flor al tiempo que se pone la mano en la cabeza recordando que, a propósito, ya dentro de poco deben pagar un mes más de arriendo.
Manuel, Andrés y Jazmín nacieron antes de cumplir los seis meses de gestación. Duraron doce días en la unidad de cuidados intensivos. “Eran tan chiquiticos que temía que se me ahogaran hasta con la saliva, pero gracias a Dios nunca sucedió nada, ni siquiera una gripita me les dio, aunque la que casi se muere fui yo”, dice entre risas. “Me dio una anemia terrible, imagínese, yo lactaba tres veces al día. A los tres en la mañana, a los tres al mediodía y a los tres en la noche. Amamantaba nueve veces, y eso nadie aguanta, estos niños me iban a secar, me estaban exprimiendo hasta el alma… (Risas)”
Los trillizos tienen ahora dos años y tres meses. Hacen parte de los 714.721 niños y niñas de 0 a 3 años que según el Departamento Nacional de Estadísticas –DANE-- hay en Bogotá; son tres de los 89.035 niños y niñas que a diciembre de 2014 fueron beneficiados por los servicios de ámbito familiar que ofrece la Secretaría de Integración Social de Bogotá, y están fuera del 48% que no accede a jardines infantiles por falta de condiciones económicas.
Yohanna Núñez, maestra líder de campo y una de la duras de Ámbito familiar de la localidad de Suba, describe esta modalidad así: “es una política de desarrollo integral para la primera infancia dirigida a niños y niñas entre los 0 y 3 años que por distintos motivos, la mayoría económicos, no asisten a jardines infantiles y por lo mismo no acceden a servicios que potencien su desarrollo. Son políticas de inclusión que no esperan que los niños lleguen a ellas sino que ellas van a los niños”.
En otras palabras, Ámbito Familiar funciona así como Mahoma que se mueve hacia la montaña. Es un servicio donde maestros y maestras recorren a diario calles, carreras, transversales y diagonales; cuadras largas hasta el cansancio y cortas hasta la extrañeza, para convertirse en la opción pedagógica, la única, de muchas familias como la de Flor que no tienen otra alternativa de formación para sus hijos.
“Yo me encontré con este programa por pura casualidad", comenta Flor. "Un día en que iba en el bus hacia el trabajo alguien me dio el contacto de una maestra de Ámbito familiar. Seguro me vio la cara de susto o la gran barriga que llevaba, o no sé, pero lo que si se es que ese número que me dio ha sido una bendición”. Ella está en el programa desde que sus trillizos estaban en el cuarto mes de gestación.
A su casa todas las semanas asiste un maestro o maestra que durante una hora se encarga de incentivar en los trillizos capacidades propias para el desarrollo de la primera infancia. También acude un nutricionista que guía el uso del bono canjeable por alimentos al que Flor tiene acceso. De igual manera, reciben la visita de un psicólogo que aporta al desarrollo integral del núcleo familiar.
Flor sueña con que sus hijos sean unos profesionales. Andrés, el primero en nacer, el más activo de los tres, podría ser un político; Manuel, el responsable de la mayoría de los dibujos en las paredes y en los que su padre ve figuras de todo tipo, tiene vena de artista; Jazmín, la más risueña, sociable e independiente podría ser periodista. Sea lo que sean, Flor está segura que las posibilidades se multiplican cada vez que el maestro golpea la puerta.
Julio Pulido
Oficina Asesora de Comunicaciones
Secretaría Distrital de Integración Social