Tiene 43 años, de Itagüí, ex habitante de calle, dicharachera, recién casada, enamorada de la vida y de su esposo, hoy ella se siente feliz. El panorama era opuesto hace un año, hoy planifica su futuro, cero droga,
mucho trabajo y solo tiene ganas de echar para adelante. Nunca es tarde. Todos los problemas por los que ha pasado no le han quitado esa actitud ganadora que se le pinta en su cara.
Desde los 11 años se voló de la casa de su abuelita que vivía en Angelópolis, municipio del suroeste de Antioquia y empezó sin descanso a recorrer sin rumbo la zona cafetera: Pereira, Armenia, Manizales, de allí a Cartago, Buenaventura y por último Bogotá. Recuerda que su infancia fue marcada por el abuso sexual de su padre y un tío, no quiere a nadie de su familia, para ella el término familia no significa nada, no tiene buenos recuerdos de nadie, no sabe ni un ápice de sus vidas.
Andando el tiempo y en las condiciones más adversas y ejerciendo la prostitución quedó en embarazo por primera vez a los quince años. Y con el tiempo fueron nueve hijos, de diferentes relaciones, once con las gemelas que murieron, sabe esporádicamente y por teléfono que todos ellos están bien y viven con amigos, familiares y conocidos, a quién ella se los encargó para que no rodaran de pensión en pensión por eso de todos ellos sabe por medio de las personas que los quieren y cuidan hasta hoy “Y si algún día me toca ponerles la cara aquí estoy, soy la responsable de sus vidas, que mis hijos me quieran yo no se, porque yo nunca he podido hablar con ellos, quizás me acepten o de pronto me rechacen”, se entristece mostrando algo del sufrimiento que su ausencia les debió producir, la vida es como un boomerang y es posible que la vida la ponga frente a ellos. Por el papá de Jean Paul sabe que su hijo está prestando el servicio militar y los otros a veces la han felicitado por sus cumpleaños.
Vivía deambulando por esas ciudades, al principio vendía cigarrillos, pedía comida en los restaurantes, mientras se aventuraba sin límites, nunca se arrepintió ni quiso devolverse a su casa.
Con el tiempo tuvo sus hijos, jamás involucró su corazón, no se enamoró de nadie. No obstante ella nunca los olvida, se acuerda de todos sus nombres: Jean Paul, Dayana, Paula Andrea, Juan Camilo, Harry, etc, ellos están regados por el mapa nacional, recibe y hace algunas llamadas que le informan sobre sus vidas y sus ojos brillan con amor cuando los nombra.
Consumida por la droga
A los 21 años llegando a Bogotá cayó en la droga, dejó el oficio de cajera y de empleada en casa de familias y se dedicó al vicio y éste le ganó hasta dejarla en las ollas de la capital, ya sólo trabajaba para el vicio, nada más le importaba. “Esa es una situación tremenda, a uno no le importa nada ni nadie, solo levantar la plata para comprar las “bichas”, ese es el único objetivo en la vida”, dice Erika.
“Yo llegué a Bogotá embarazada de un muchacho de la Armada que andaba en un buque llamado el “Andagoya” allá en Buenaventura, parí allá y dejé a la niña. Él no sabe que tengo esa hija, pero mire al tiempito quedé otra vez embarazada de un niño que me lo robó una muchacha, yo no olvidó la cara de ella. Pasaron 17 años y me encontré con la ladrona porque está trabajando aquí al frente del Centro Humanidad, se lo reclamé y dice que no sabe nada. Hasta ahora estoy quieta esperando que acabe un proceso en el que estoy involucrada por 196 papeletas de droga y del que no soy culpable. A mi me enredaron en esa vuelta y me dañaron mi hoja de vida porque jamás he robado ni un peso, ni con todas las necesidades que da la ansiedad por las drogas”, asevera con algo de rabia contenida.
“Bájese de allí payasa”
Después de deambular de olla en olla, fumando pipa, bazuco, en una traba eterna de 14 años, entró en una etapa que no quería nada más, los conocidos y amigos de parche me decían “Échese este pipazo” y yo les contestaba “No me entienden que lo que no quiero es droga, quiero es solo hablar”. Le pasaban alcohol, marihuana, bazuco y ella todo lo rechazaba, algo había cambiado en ella. Caminaba sin rumbo y con una intensa depresión, la mala hora se le pasó de repente como un rayo por la cabeza embotada por la abstinencia “Me sentía desamparada, muy sola y deprimida, me dije me voy a matar y sin pensarlo más de dos veces me tiré del puente de la calle 26”.
Se levanta la ropa y muestra las cicatrices que le dejaron las heridas, tuvo la fortuna de caer encima de una buseta que amortiguó el golpe, nunca perdió el sentido, lo último que oyó antes de tirarse fue la voz de un obrero de la cuadrilla que reparaba el puente, que le gritó “Bájese de allí payasa”, y ese mismo hombre fue el primero que llegó a recogerla, le preguntaba su nombre, el número de la cédula y que de dónde era. Eso fue el 1 de junio de 2010 a las diez de la mañana-nunca olvida esa fecha-llegó la ambulancia y la llevaron al Santa Clara “Duré 18 días hospitalizada allí, nadie me visitaba yo era una habitante de la calle, solo tenemos amigos cuando estamos en medio de la droga, cuando estamos consumiendo allí si tenemos mucho parche a nuestro lado”.
Una nueva oportunidad
Dice que salió caminando como un robocop, no le daban salida, se desesperó y se voló arrastrando los pies y como pudiera. “Salí directo para la olla de la calle 25 donde me dieron una pieza y me decían que resucitó la muerta”. En muletas, toda raspada, con las heridas sin cicatrizar y con las secuelas de la lesión en la pelvis, nunca regresó al hospital a quitarse la sutura de la operación que le realizaron, con una Minora, alcohol y una amiga que la ayudó se quitó los puntos.
“Hice la resolución de dejar la droga en esos días y no caí con todo lo que me ofrecían, dije; ¡ya no más¡ De allí me fui para el Centro El Oasis de Idipron, porque lo que quería era dejar la droga, allá lucharon mucho conmigo. Cambié mi look, me corté el pelo a ras y a los dos meses, me veía gorda y bonita y, por último dije: tengo una nueva oportunidad. Allí vi por primera vez a Elkin”.
Salía y entraba, volvió a la calle 24, así conoció a Elkin Orlando Castañeda, todavía no estaba sana, todavía le quedaban muchas secuelas. Pasaron 28 meses y la vida los volvió a juntar, él también había dejado el consumo y en cuatro meses se casaron en una linda ceremonia en la finca Las Gemelas, en donde funciona el hogar para los participantes del Centro de Alta Dependencia de la Subdirección de Adultez, en el municipio de La Mesa, ante el arzobispo de la iglesia anglicana Hayver Perilla.
Hoy trabajan limpiando los canales de la ciudad, ahorran sus salarios y proyectan comprar en el futuro una casa lote, cumplen sus horarios, viven en el Centro Humanidad y con el apoyo del convenio entre la Secretaría Distrital de Integración Social y el Instituto Distrital de Gestión de Riesgos y Cambio Climático (IDIGER) con el apoyo de la Fundación Niños de los Andes, ellos como ciudadanos ex habitantes de la calle gozan de una oportunidad de trabajo para servirle a la sociedad.
Sandra Colombo
Comunicaciones Dirección Territorial